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La impartición de la herencia material y espiritual era una celebración familiar. Pero en la casa de Isaac, Rebeca, Esaú y Jacob... todo fue un caos. Isaac. Él sabía que Dios había elegido a Jacob desde antes de nacer para que recibiera la herencia como primogénito. Ya que su hijo predilecto era Esaú, se aferró a entregarle a él la primogenitura. Por eso, no organizó una celebración, sino que planeó darle la bendición de manera secreta. Si Isaac hubiera obedecido a Dios, no hubiera sido engañado por Jacob.
Rebeca. Ella también tenía su hijo favorito: Jacob. Ella tenía la mala costumbre de escuchar tras las cortinas; ella planeó el engañó, cocinó los dos cabritos, consiguió la indumentaria y vistió a Jacob. Si ella sabía que Dios había elegido a Jacob, porque recurrió al engaño. Si hubiera orado a Dios, no se hubiera despedido de Jacob para nunca más volverlo a ver.
Jacob. Si bien es cierto que su mamá ideó todo, Jacob no era un jovencito cuando este incidente ocurrió. ¡Ya tenía más de setenta años! (Isaac tenía cuarenta años cuando se casó, Génesis 25: 20; sesenta años cuando se convirtió en padre, Génesis 25: 26. En este relato, consideró que ya pronto iba a morir Génesis 27:1-2; Isaac murió a los 180 años Génesis 35: 28-29. En este incidente tenía alrededor de ciento cuarenta años, entonces Jacob tenía ochenta años). Jacob pudo decidir por sí mismo y reconocer la verdad de la mentira. Mentir a los padres nunca es sensato, pero mentir a un padre o madre que no ve, que quizá no puede caminar, es patético. Si Jacob no hubiera mentido, aunque su mamá se lo pidiera, no hubiera dormido con una piedra como almohada.
Esaú. Cuando Esaú se dio cuenta de que su padre ya había bendecido a Jacob, se llenó de ira y en su desesperación le exigió a Isaac que le compartiera al menos una bendición. Tanto fue su pesar, que alzó su voz y lloró. Si Esaú hubiera mostrado interés en su juventud por la herencia espiritual como ese día, no hubiera aceptado la propuesta de Jacob del plato de lentejas.
Lo que debió ser una celebración se convirtió en un caos. Hubo engaños, gritos, amenaza de muerte, llanto y separación para nunca más estar los cuatro juntos. Desafortunadamente, para ellos «<el fin justificaba los medios». Un mejor final merecía si hubieran obedecido a Dios. Si decides seguir las indicaciones de Dios, te vas a evitar la triste lamentación: «Si yo hubiera...»