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Había más de ochenta dioses en Egipto, todos eran adorados. Cada plaga fue un golpe directo a alguno de ellos. Las plagas evidenciaron que ni todos los dioses podían librarlos de los devastadores juicios divinos. Las diez plagas podemos dividirlas en dos series de tres y una última serie de cuatro. Entre más se resistía el faraón, más fuerte el daño que la plaga causaba. Las tres primeras trajeron caos y confusión: la sangre, las ranas y los piojos; la siguiente serie significó pérdida económica y dolor físico: las moscas, muerte del ganado y las úlceras; las últimas cuatro implicaron destrucción: granizo, langostas, tinieblas y la muerte de los primogénitos. Cuando el agua se convirtió en sangre no se limitó al río Nilo, afectó el agua de los arroyos, estanques, depósitos de agua y aun el agua en los vasos. Asimismo, la plaga de las ranas inundó todo: casas, camas, cocinas, hornos y el lugar donde las mujeres preparaban el pan. El río Nilo era considerado un dios, pues era fuente de vida para la nación establecida en el desierto. Toda la ciudadanía acudía al río por el agua que necesitaban. Los agricultores dependían del río para cultivar la tierra; por otra parte, las ranas también
eran tratadas como las diosas de la fertilidad. ¡Irónicamente, el faraón, con el afán de demostrar su poder pidió a sus magos y hechiceros que replicaran esas dos primeras plagas y lo lograron! Si la situación ya era complicada, imagínate cómo estaban las ciudades ante el impacto de plagas dobles.
Si en verdad los hechiceros hubieran tenido poder, más bien hubieran desaparecido las ranas y purificado el agua. Desde luego, eran personas que Satanás usaba para engañar. Sus obras no eran auténticas. Esta situación nos advierte que conforme se acerca la venida del Señor, el enemigo procurará engañar a las personas con falsas manifestaciones de aparente reavivamiento, pero sin considerar la totalidad de las enseñanzas de la Biblia, lo cual las convierte en falsedad. El apóstol Pablo nos previene con estas palabras: «No son más que falsos apóstoles y engañadores que se disfrazan de apóstoles de Cristo. Y esto no es nada raro, ya que Satanás mismo se disfraza de ángel de luz» (2 Corintios 11: 13-14).