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Esta es la última gran celebración. Después que Israel conquistara Canaán y viviera en cómodas casas, iban a celebrar un campamento de una semana. ¿El propósito? Recordar que ellos habían sido peregrinos cuarenta años. Así las generaciones posteriores recordarían cómo Dios guio y sostuvo a sus antepasados en el desierto (vers. 43). Esta celebración era total alegría, ya que solamente cinco días antes se habían reconciliado con Dios, en el Día de la Expiación. Además, su celebración coincidía con la cosecha (vers. 39). Era una fiesta de gratitud. La gente fabricaba enramadas de pino, recuerdo de fragancia; de palmera, símbolo de victoria; de olivo, símbolo de fertilidad; de mirto, señal de modestia; de sauce, recuerdo de lágrimas.
En esta fiesta el pueblo recordaba que Dios habitó entre ellos cuarenta años. Hoy nosotros somos peregrinos, mientras tanto, Jesucristo nos sostiene y guía. Él puso su tienda de acampar en este mundo mediante su humanidad para asegurarnos que siempre será uno con la raza humana. Juan to expresa así: «Entonces la Palabra se hizo hombre y vino a vivir entre nosotros. Estaba lleno de amor inagotable y fidelidad. Y hemos visto su gloria, la gloria del único Hijo del Padre» (1: 14, NTV). El último día de la fiesta el sacerdote vertía agua como recordativo del agua que brotó de la roca. Además, se colocaban lumbreras alrededor del templo indicando que Israel estaba llamado a ser luz a las naciones. Jesús es el cumplimiento de estos símbolos, durante su ministerio asistió a esta fiesta y afirmó con voz fuerte: «"Si alguien tiene sed, venga a mí, y el que cree en mí, que beba"»> (Juan 7: 37). Igualmente, declaró: «"Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, tendrá la luz que le da vida, y nunca andará en la oscuridad"» (Juan 8: 12).
Vivir en enramadas durante una semana les recordaba su paso por el desierto. Hoy, no importa cuán bien podamos vivir en una casa de material, amplia y cómoda, es como una enramada en el desierto en comparación con las mansiones celestiales. Por lo tanto, esta festividad señala el segundo advenimiento cuando dejemos de transitar por este mundo escabroso para establecernos definitivamente en el hogar perfecto.