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Gratitud

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Tengan cuidado de no olvidarse del Señor su Dios. No dejen de cumplir sus mandamientos, decretos y leyes que les he ordenado hoy» (Deuteronomio 8:11).

No te olvides es una orden que se repite en Deuteronomio. ¿Por qué? Porque el pueblo iba a entrar a una tierra fértil después de conocer solo el desierto; iba a habitar casas después de vivir en tiendas de campaña; iba a comer trigo, cebada, higos, aceitunas y miel después de comer solo maná. Entonces existía el riesgo que los israelitas se deslumbraran y en consecuencia se olvidaran de Dios. Además, iban a tener el mal ejemplo de las naciones paganas que le atribuían a Baal la bendición de la cosecha.

Por lo tanto, Israel nunca debía olvidar que no importa si estuviera en Egipto, en el desierto o en Canaán, siempre Dios lo sostenía. El Eterno anhelaba bendecir a los israelitas, que vivieran con prosperidad. Paradójicamente, en ocasiones vivir con limitaciones nos impulsa a buscar y depender de él, mientras que tener abundancia podría separarnos de su presencia. Incluso, la prosperidad conduce a muchos a la ingratitud y la ingratitud a la idolatría. Pero esta actitud no tiene que ser necesariamente así. Tú puedes marcar la diferencia: cuantas más bendiciones recibas, más puedes reconocer y agradecer a Dios. Asimismo, puedas compartir al que menos tiene. En este contexto y en términos prácticos, podemos entender algunas razones por las cuales Dios ordena que le devolvamos el diezmo y seamos generosos para ofrendar; por ejemplo, así lo reconocemos como Dador, nos evita olvidarnos de él; erradica el egoísmo natural del corazón; además, es una oportunidad de servir al prójimo, pues estos recursos contribuyen a la predicación del evangelio.

Por último, Israel debía recordar que la posesión de la tierra era por gracia. No era un premio a su obediencia, tampoco era el resultado de una estrategia militar o por la versatilidad de su ejército. Más bien, Dios le recordó a Israel que la heredaban por dos factores fundamentales: primero, por el pacto establecido con Abraham. En segundo lugar, por la maldad de la gente a la cual iban a despojar (7: 7-8; 9: 4-6). Previo a la conquista, Dios había concedido cuatrocientos años de oportunidad a los habitantes, sin embargo, su distanciamiento a la voluntad divina fue cada día peor y en esencia practicaban todo lo que Dios le prohibió a Israel.

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