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La juventud, la riqueza, la sabiduría y la influencia que tenía Salomón como rey de Israel le concedió muchas oportunidades de testificar a favor de los ciudadanos, podía conocer y estar en contacto con muchas personas que compartían cualidades a las suyas. Siempre será importante reconocer a Dios como el dador de cualquiera de estas cualidades que puedas tener.
Que la gente viajara de lejos solo con el propósito de conocerlo, nos dice mucho de su sabiduría. Sin duda, en esa etapa de su vida era inspirador escucharlo. Una de las personas que lo visitó fue la reina de Sabá. Este lugar se encontraba al suroeste de Arabia, era una nación rica y civilizada, de tal manera que la reina le llevó a Salomón especias, piedras preciosas y ciento veinte talentos de oro, lo que equivale a cuatro toneladas y media (vers. 10).
La reina quedó asombrada y admitió que todo lo que le habían contado no era ni la mitad de lo que ahora ella misma había visto. Salomón le dio un tour por su palacio y por el templo. Los versículos 4 y 5 afirman: «Al ver la reina de Sabá la sabiduría de Salomón, y el palacio que había construido, los manjares de su mesa, los lugares que ocupaban sus oficiales, el porte y la ropa de sus criados, sus coperos, y los holocaustos que ofrecía en el templo, se quedó tan asombrada». Es decir, a la reina no solo le maravilló la riqueza y la sabiduría del rey, sino también lo que comían, el orden y la organización de los oficiales; cómo vestían los que ahí laboraban y cómo adoraba el rey en el templo.
Estos elementos nos enseñan mucho, pues el asunto no es solo tener riqueza, sino cómo la usas, cómo te comportas, cómo te vistes, qué comes y cómo adoras a Dios. Tú también puedes testificar como Salomón en estas mismas facetas. Curiosamente, Jesús se refirió a la reina de Sabá (Mateo 12:42) que estuvo dispuesta a viajar 2400 km para conocer a Salomón; en cambio, los judíos, que estaba conviviendo con el Hijo de Dios, se negaban a buscarlo a pesar de su proximidad. Además, Jesús afirmó: «Lo que aquí hay es mayor que Salomón». En efecto, cada vez que abrimos la Biblia para escuchar la voz de Dios, podemos estar seguros de que su sabiduría supera a la de cualquier persona, incluso a la de Salomón.