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Abiam fue hijo de Roboam y se convirtió en rey de Judá. Reinó solo tres años. Aunque la descripción que la Biblia hace de él es negativa, pues menciona que siguió la costumbre de su padre en cuanto a promover la idolatría, Dios lo protegió al igual que a su ejército milagrosamente. A pesar de sus errores, Abiam le recordó al reino del norte cuál era el plan original de Dios para mantener a la nación unida. Por lo tanto, este incidente nos recuerda que muchas veces Dios bendijo a su pueblo aun cuando sus dirigentes se distinguieron por su maldad.
Abiam escogió el monte de Semaraim, en el territorio de Efraín, como un templete. Desde ahí su voz fue escuchada por la mayoría. Entonces pronunció un discurso que empezó con el versículo de este día. En ese momento Jeroboam aún era el rey del norte. En primer lugar, Abiam recordó que el plan original era la unidad de la nación, en la que el rey sería de la dinastía de David, ese compromiso divino se estableció como un pacto. La versión Reina Valera 1995, en lugar de «una alianza irrevocable», menciona «bajo pacto de sal». La sal se utilizaba en las ofrendas de alimento (harina), para dar sabor, pero también representaba lo indisoluble del pacto.
Abiam continuó presentando algunas razones de índole espiritual para animarles a la unidad; por ejemplo, que en el norte mantenían la idolatría en la figura de los dos becerros; en cambio, en el sur tenían el sacerdocio establecido por Dios para adorarlo de manera correcta en el lugar apropiado. Como era de esperarse, esto no le agradó a Jeroboam y decidió atacar a Abiam con un ejército de 800 000 hombres. Aunque Abiam también iba listo para una eventual guerra, su ejército se quedaba corto, pues contaba solo con 400 000 combatientes.
El ejército de Jeroboam rodeó al de Abiam. En ese contexto, Abiam clamó a Dios, el ejército gritó y todos los combatientes de Jeroboam huyeron. En consecuencia, 500 000 hombres del ejército de Jeroboam murieron (2 Crónicas 13: 14-18). Él mismo siguió apegado a la idolatría y viviendo en los mismos errores que señaló en sus vecinos (1 Reyes 15: 3). ¡Qué ironía!