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El rey Senaquerib gobernaba en Asiria. Aproximadamente veinte años antes había tomado cautivo al reino del norte, Israel. La Biblia menciona la razón primordial de la caída de Israel: «Dejaron todos los mandamientos del Señor su Dios [...] Entonces el Señor rechazó a todos los descendientes de los israelitas y los humilló, entregándolos en manos de salteadores hasta arrojarlos de su presencia» (2 Reyes 17: 16, 20). La caída del reino del norte no se atribuye al poder de Asiria, sino a que Israel rompió el pacto con Dios y él mismo los entregó.
El rey de Asiria pensó que el reino del sur sería presa fácil. Así que primero envió mensajeros a humillar al pueblo e incluso a blasfemar contra el nombre de Dios. Los mensajeros mencionaron todas sus conquistas recientes y el hecho de que ninguno de los dioses de esos lugares fue capaz de impedir su avance. Así que los animaron a que se rindieran de una vez. Además, les aseguraron que si pretendían luchar contra ellos, lo único que iba a pasar con los ciudadanos es que tendrían «que comerse su propio excremento y beberse sus propios orines» (2 Reyes 18: 27).
Ante tal panorama, Ezequías se angustió y le envió mensajeros al profeta Isaías para saber qué decía Dios. Los mensajeros regresaron con una buena noticia de parte de Isaías para el rey: «No tengas miedo de esas palabras ofensivas que dijeron contra mí los criados del rey de Asiria. Mira, yo voy a hacer que llegue a él un rumor que lo obligue a volver a su país, y allí lo haré morir asesinado» (19: 6-7). Igualmente, el rey oró con fervor (vers. 15-19).
De manera milagrosa Dios intervino y bastó el resplandor y el poder de un solo ángel para acabar con 185 000 combatientes que se disponían a destruir al pueblo de Dios. Un episodio humillante para Asiria y que sirvió para que una vez más el nombre de Dios fuera glorificado. Justo cuando el pueblo había renovado su pacto con el Señor y se había despojado de los ídolos, vino esta severa amenaza. Este incidente nos recuerda que justo antes de la segunda venida de Jesús, el enemigo se propondrá destruir al pueblo que viva en pacto con Dios y guarde sus mandamientos; cuando todo parezca en contra, Dios se manifestará para librarnos.