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Si bien hace más de 2500 años que Dios envió este sueño a un rey, su mensaje es relevante para nosotros que vivimos en los últimos días»> o «el tiempo final». Enfáticamente, con siglos de antelación, Dios habla de imperios sucesivos porque él es el Dios de la historia; el único que conoce el futuro. Sabía cuándo y dónde surgiría cualquier reino terrenal, así como su permanencia como tal. Daniel lo reconoció así en su oración de gratitud: «Él cambia los tiempos y las épocas; quita y pone reyes» (vers. 21). Esto no quiere decir que es responsable de las atrocidades de los monarcas de la antigüedad; más bien, respeta el libre albedrío y la individualidad de todas las personas; pero cuando así conviene a sus propósitos para el avance de su reino en esta tierra y el bienestar de su pueblo, el Señor puede anular un poder y suscitar otro.
El mensaje del sueño que tuvo el rey nos recuerda la realidad humana: aunque generalmente se habla de avance en cada esfera del ámbito humano, lo cierto es que Dios ve algo muy diferente, contempla un retroceso, pues al paso del tiempo el ser humano ha desestimado su Palabra y lo ha desconocido como Creador. La humanidad ha procurado encontrar respuestas a sus inquietudes en el hombre mismo. Ha recurrido a la idolatría, la riqueza y el conocimiento con el afán de silenciar su conciencia; pero sin lograr algo duradero porque en general lo han dejado fuera de su cosmovisión.
Por lo tanto, este retroceso se ilustra mediante los metales que componen la estatua que cada vez son de una calidad inferior: oro, plata, bronce, hierro y barro. Cuando Cristo venga por segunda a establecer su reino eterno, el mundo se encontrará en una situación caótica de maldad, violencia, egoísmo, incredulidad, entre otros muchos males de los cuales hoy somos testigos. La valores humanos valdrán el precio del barro. Por eso, con certeza, podemos afirmar que estamos en los últimos días.
Asimismo, el barro nos recuerda nuestra condición de fragilidad humana. Sin Dios no somos nada. Únicamente al aceptarlo como nuestro Salvador personal y depender de él cada día podemos tener la certeza de trascender a esta tierra y formar parte del reino eterno que el Señor establecerá. Esta es la condición para ser sus ciudadanos.