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¿Te has fijado en lo que hizo y dijo el padre de la parábola del hijo pródigo cuando este le confesó su pecado y reconoció la forma estúpida en que se había comportado? “Entonces se levantó y volvió a la casa de su padre. Cuando aún estaba lejos, su padre lo vio y se compadeció. Corrió, se echó sobre su cuello y lo besó. [...] Pero el padre dijo a sus siervos: ‘¡Pronto! Saquen el mejor vestido y vístanlo. Pongan un anillo en su mano y sandalias en sus pies. Traigan el becerro grueso y mátenlo. Y comamos, y hagamos fiesta. Porque este hijo mío estaba muerto, y ha revivido; se había perdido, y ha sido hallado’. Y empezaron a regocijarse” (Luc. 15:20, 22, 23). Nadie se comporta ni le responde así a quien ha tomado sus bienes y los ha gastado de la peor manera.
El papá de cualquier hijo pródigo real seguramente estaría esperándolo para decirle todo “lo que se merecía”, y para dejarle en claro que había perdido su lugar en la casa. Pero en esta parábola, Dios rompe todos los patrones que humanamente cabría esperar. Si te fijas, el hijo pródigo es recibido como quien llega de haber cumplido una misión heroica y triunfante: el padre sale corriendo a recibirlo, se echa sobre su cuello, lo besa, manda a sacar las mejores ropas, le da un anillo y zapatos nuevos, manda matar al becerro más gordo y da una fiesta por todo lo alto. Da la impresión de que ha llegado un personaje importante, querido y victorioso. Sin embargo, la realidad es bien distinta: el que llegó es un desvergonzado y desagradecido hijo, que se lo ha dilapidado todo y que no ha dado palo al agua, ¡y ahora viene a pedir socorro! No viene de triunfar, sino de fracasar; no es un personaje importante, sino un cuidador de cerdos por necesidad; no regresa de una misión heroica, sino de vivir perdidamente... Lo único que trae es un discurso ensayado, un mal olor horrible, ropa sucia, pelo largo y pies descalzos.
En realidad, el grande en esta historia es el padre. Es su respuesta y su actitud lo que sorprende y maravilla. Lo que hizo el hijo lo hace cualquiera en su situación; lo que hizo el padre solo lo hace Dios, porque él es el Dios de las segundas oportunidades. ¡Él sabe cómo comenzar de nuevo!
¿Te imaginas cómo le iría a un hijo pródigo con un padre que no supiera dar segundas oportunidades? Estaría perdido, ¿verdad? Entonces piensa en esto: el padre de la historia representa a Dios, pero el hijo pródigo te representa a ti.