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Estamos acostumbrados a definir la palabra “santo” como algo o alguien apartado para un uso sagrado. Así, hablamos de los “lugares santos”, del “día santo” o del “pueblo santo” del Señor. Y está muy bien, todo eso es correcto. Pero cuando se trata de aplicar la palabra “santo” a Dios, debe haber algo más, porque Dios no es apartado ni usado por nadie. Su santidad tiene que ver con su esencia, que es completamente distinta de la esencia del ser humano.
La santidad de Dios nos recuerda que él no es como nosotros en ningún sentido. De su forma de ser, de pensar y de actuar, lo más adecuado que podemos decir es que él es santo. Pero decir esto no significa siquiera que lo entendamos, sino precisamente que no lo entendemos, porque él es único, distinto, perfecto, inabarcable para nuestra mente finita. Sería un error tratar de entender a Dios a partir de nuestra forma limitada de pensar y de ver las cosas, o juzgarlo de acuerdo con nuestras expectativas y con las realidades de un mundo caído.
Cuando David expresó esta gran verdad de la santidad de Dios, no estaba pasando precisamente por un buen momento. ¿Te has fijado en la palabra “pero” al inicio del versículo? “Pero tú eres santo”. Es decir: David no entendía cómo, siendo Dios santo, él estaba pasando por una prueba tan dura. David tenía algunas ideas sobre la forma en que Dios debía actuar, y le parecía que no estaba precisamente siguiendo esas ideas. Por eso quería una explicación de parte de Dios. ¿Estás pasando tú por uno de esos momentos en que quisieras una explicación? Al igual que David, ¿sientes tú también que Dios está lejos cuando más cerca lo necesitas?
Si ese es el caso, recuerda que aunque no cambie tu situación de inmediato, sí puede cambiar tu forma de pensar con relación a Dios. Aun en medio del dolor, nosotros, como David, podemos recordar que Dios es santo. Dios fue probado en el pasado por nuestros padres, y por eso hoy podemos confiar en que sabe lo que hace, y mantenerlo siempre en nuestra alabanza sean cuales sean las circunstancias.
Al salmista le pareció que, en medio de la prueba, lo mejor era dejar que Dios fuera Dios, y no intentar explicar humanamente lo que hace un Ser que, por su santidad, está más allá de nuestro entendimiento. ¿Qué te parece aplicar esta actitud a tu vida?
“¡Santo, santo, santo es el Señor!” (Apoc. 4:8).