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Chanttal y Alan son mis hijos. He compartido mucho con ellos; en realidad, desde que llegaron a este mundo he estado compartiendo con ellos mis pensamientos, mi tiempo, mi amor, mis conocimientos, mi alegría, mi enojo, la casa, la cama, los alimentos... y especialmente el contenido de mi billetera. Esos muchachos son mi mayor inversión. Pero ellos también me han dado mucho, especialmente razones para vivir, motivación para salir a trabajar, deseos de intentar ser mejor persona y, sobre todo, muchos momentos de satisfacción y felicidad.
Les pediría cualquier cosa a mis hijos porque creo que no me la negarían, pero hay una cosa que no se me ocurriría pedirles en este momento de sus vidas; aun si me viera en apuros financieros, si estuviera pasando hambre o necesidad, no iría a ellos para que me resolvieran esa particular situación. ¿Por qué? Porque al momento de escribir estas líneas, ellos no tienen con qué resolverme ningún problema financiero. Si algo ellos tienen, humanamente hablando, se lo hemos dado su mamá y yo. Así que, en realidad, lo que ellos tienen es mío.
A mí no se me ocurre pensar que alguna vez mis hijos tendrán que darme algo. Lo único que deseo es que exista un profundo amor entre nosotros. Pero no tendría sentido que ellos llegaran a pensar que yo salgo adelante, que me mantengo o que existo gracias a los regalos que ellos me han hecho (de paso, comprados con mi propio dinero). Eso es exactamente lo que entiendo que Dios está diciéndonos en el Salmo 50:12. Como un padre que se lo ha dado todo a sus hijos, nos dice que la única relación posible entre nosotros y él es una relación basada en el amor.
La vida cristiana no gira en torno a cumplir unos deberes para con Dios, o en suplirle unas necesidades a cambio de sus bendiciones; tal idea es sencillamente absurda. El cristianismo es un pacto que hacemos de amar a Dios para siempre, de rendirle servicio como sus siervos, pero al mismo tiempo, amándolo como hijos que le deben toda su existencia.
El día que descubramos que lo único que podemos dar a Dios es nuestro amor, y que entendamos que eso es exactamente lo que él desea, ese día habrá comenzado para nosotros la nueva vida en Cristo.