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DIOS QUIERE EL PRIMER LUGAR EN TU VIDA

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“Si alguno viene a mí y no aborrece a su padre, madre, mujer, hijos, hermanos, hermanas y hasta su propia vida, no puede ser mi discípulo” (Luc. 14:26).

Dios quiere ocupar el primer lugar en tu vida y, a través del texto de hoy, te presenta cuáles son esos afectos que pueden impedir que el Reino de los cielos sea tu prioridad. Se trata de tus más grandes amores: padres, cónyuge, hijos, familiares, e incluso tú mismo. Dios te advierte del peligro de ponerlos a ellos antes que a él, o de condicionar tu lealtad a él a la relación que tienes con estas personas. El coste del discipulado es poner a Jesús por encima de toda otra relación humana. Por supuesto, “aborrecer” no significa que los odies, sino que “debe entenderse como un hebraísmo que significa ‘amar menos’”.7 ¿Amas más a Dios que a tus seres queridos? 

Cuando Dios pide el primer lugar, lo hace para darnos un asidero inamovible para nuestra fe. La persona cuya fe en Dios depende de su relación con otro ser humano puede llegar a ver su fe irse por la borda. ¿Por qué? Porque, desde que existe el pecado, hay padres que han dañado a sus propios hijos e incluso que han abusado de ellos; hay cónyuges que no solo incumplen los votos matrimoniales, generando un dolor que a veces debilita la fe, sino también pueden pedir más de lo que es dable para alguien que vive conforme a los principios bíblicos; hay hermanos que se oponen a nuestras creencias; y están nuestros sentimientos y deseos, que a menudo pueden llevarnos por caminos peligrosos. Por eso Dios quiere que lo pongamos a él en primer lugar, porque él es el único asidero seguro para nuestra fe. Él no cambia. 

Dios desea que, por medio de una relación estrecha con él, nuestros caracteres sean transformados por su poder y conforme a su modelo. Para ello, tenemos que tomar la decisión de ser sus discípulos, lo cual implica tener a Dios como el referente máximo y la autoridad a la cual servir; a la par que conlleva también morir al yo. 

Es posible que muchos de los que hoy estamos en la iglesia siguiendo al Señor no le hemos dado aún el primer lugar de nuestra vida. Quizá no es Dios el ser de quien más nos gusta hablar. Es momento de reconsiderar, pues no podemos amar a alguien más que a Jesús, a la par que decimos ser discípulos suyos. Es lo uno o lo otro. ¿Qué eliges?

 

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