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Poner en práctica las Bienaventuranzas nos hace arrostrar a veces consecuencias complicadas, como la persecución. Sembrando luz, cosechamos sombras. ¿Por qué? Porque este mundo está dominado por el enemigo de las almas, que se ensaña contra todo lo que tiene que ver con Dios. El Padre quiere que sus hijos sepamos, que no debemos esperar que el viento esté a nuestro favor; por el contrario, el Señor anticipa que los creyentes tendremos persecución por causa de la justicia.
Nuestro Dios no nos está hablando aquí de algo que él mismo no haya sufrido en carne propia. Cristo, el Hijo inmaculado, el único verdaderamente justo, fue perseguido y traicionado, recibió injurias, golpes y maltratos, y finalmente, una muerte vil. Estas fueron las consecuencias que sufrió por predicar, enseñar, sanar y vivir, para acercar el Reino de Dios a los hombres; por amar a los que nadie amaba; por presentar la verdad sin mezclarla con opiniones o tradiciones humanas; por recibir a los pecadores y darles esperanza.
La justicia, al entrar en contacto con la injusticia, la maldad y la mentira, se convierte en una amenaza para quienes viven en oscuridad, pues la perciben como un peligro que los expone y que debe exterminarse. Su oscuridad queda expuesta ante la luz de los cristianos que imitan el ejemplo de Cristo. Como no hay relación entre la luz y las tinieblas, no puede resultar cómodo para las personas que quieren vivir sus vidas sin tomar en cuenta a Dios tener que convivir con quienes creen y practican lo contrario. Esta bienaventuranza nos recuerda que, al aceptar a Cristo y al permitirle obrar en nosotros para transformar nuestro carácter, pasamos a ser actores secundarios en el gran conflicto entre el bien y el mal.
No perdamos de vista el hecho de que sufrir persecución por Cristo es una bendición, en el sentido de que nos depara una gran recompensa en los Cielos (Mat. 5:12). Y aunque no celebramos por ser perseguidos aquí, en la Tierra, si nos gozamos y nos alegramos en la esperanza de saber que seremos “herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él” (Rom. 8:17); “pues esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria” (2 Cor. 4:17).