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En Mateo 5:11, Jesús sigue anticipándonos las cosas que quiere que sepamos, que van a sucedernos como consecuencia de nuestra fe y de poner en práctica los principios eternos del Reino de Dios. Ahora, en un nivel más cotidiano y doméstico, se añaden a la persecución los insultos, las críticas, las calumnias y las mentiras que se dicen en contra de nosotros. ¿Qué cristiano no ha experimentado esto? El Señor pasó en su propia experiencia por todas estas situaciones y salió triunfador. Y quiere que sus hijos nos demos cuenta de que esto no significa que hemos fracasado como creyentes, sino todo lo contrario: es señal de que estamos viviendo de una manera que causa incomodidad a quienes disfrutan de un estilo de vida mundano. Desde esa perspectiva nos damos cuenta de que somos bienaventurados cuando nos suceden todas estas cosas; aunque quizá mientras las vivimos no nos sentimos afortunados.
Hay dos aspectos de esta bienaventuranza que sería un error no tomar en cuenta.
En primer lugar, fíjate en que los insultos, las críticas, las calumnias y las mentiras deben venir a nuestra vida por causa de nuestra relación con Cristo; no se está hablando aquí de sufrir por entrometernos en lo que no nos importa o por vivir impíamente. Lo segundo es que todas esas cosas que se dicen de nosotros deben ser mentiras, es decir, que no hallan asidero en lo que realmente somos, decimos y hacemos. Si lo que se dice fuera cierto, no tendríamos motivos para sentirnos bienaventurados, y mucho menos para pensar que nos aguarda alguna recompensa.
Lo que Dios quiere es que así como Cristo, por el gozo puesto delante de él, sufrió la Cruz (ver Heb. 12:2), nosotros vivamos anticipando ese día en que estaremos en el Reino de Dios. Y que ese pensamiento nos alegre y nos llene de gozo; tanto, que haga que vivamos de una forma que glorifique a Dios, aunque nos critiquen, calumnien, persigan o hablen mal de nosotros. Si todo es mentira, no podrán robarnos nuestra recompensa en Dios.
El apóstol Pedro nos dice: “Si sois vituperados por el nombre de Cristo, sois bienaventurados, porque el glorioso Espíritu de Dios reposa sobre vosotros. Ciertamente, de parte de ellos, él es blasfemado, pero por vosotros es glorificado. Así que […] si alguno padece como cristiano, no se avergüence, si no glorifique a Dios, por ello” (1 Ped. 4:14-16). Qué maravilloso pensamiento para tener en mente cuando nos insulten o hablen mal de nosotros.