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Este texto ha causado debates teológicos y frustración, pues parece un ideal inalcanzable. Hoy te propongo intentar analizar su significado más simple, para recibir con ello una bendición espiritual para nuestra vida.
Esta declaración forma parte de una serie de enseñanzas muy importantes que Jesús presenta en el Sermón del Monte. En algún momento, él resume lo que va diciendo, animando a sus oyentes a ser perfectos de la misma manera que lo es Dios. Es obvio que el énfasis no está en sí el ser humano puede llegar a ser perfecto, o en qué abarca la perfección, o en cuáles son sus límites. Esos temas no deben opacar el principal propósito de Jesús con estas palabras. El mensaje para entender aquí es: “Hay una forma en que ustedes pueden ser considerados perfectos: haciendo lo mismo que hace Dios, quien es perfecto”. El énfasis está en averiguar qué es lo que hace un Dios perfecto. Y eso precisamente es lo que Jesús había estado explicando en las secciones previas.
El Dios perfecto le da un cumplimiento perfecto al espíritu de la ley, y es ese espíritu de la ley el que marca cómo interpretar la letra, la cual también cumple Dios a la perfección. El Dios perfecto no solo considera malos actos, cuestiones externas como matar o adulterar, si no además ve incorrecto el enojo, pues es la semilla de la violencia física y verbal, y el pensamiento sexualmente pervertido, pues es la semilla del adulterio. El Dios perfecto, aunque siente ira contra el pecado, no odia al pecador ni le aplica una justicia sin misericordia. El Dios perfecto considera que la verdad es la única norma aceptable; no responde a la violencia con violencia; defiende la dignidad y ama a aquellos que no merecen ser amados o que incluso lo aborrecen.
La cuestión no es si podemos ser perfectos o no, sino si podemos vivir de esta manera, con una madurez cristiana que entiende con profundidad el amor de Dios.
La cuestión es si entendemos que tenemos acceso directo a Aquel que es perfecto y puede llevarnos a la madurez. Ser perfectos para Dios es admitir nuestra imperfección e incapacidad, y entregarnos por completo al control del Único perfecto, para que nos transforme. Dios espera perfección de ti, no porque tú puedas lograrla por ti mismo, sino porque él es perfecto y está dispuesto a obrar en ti para que llegues a ser perfecto en tu esfera, así como él lo es en la suya.