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El Sermón del Monte no solo es una de las porciones bíblicas más memorables para los cristianos actuales, si no además lo fue en el momento en que Jesús lo predicó. Las personas que estuvieron presentes aquel día en el monte se quedaron admiradas por lo que el Señor dijo, y también por la forma en que lo dijo.
Al finalizar su sermón, Jesús hizo una advertencia que no deberíamos dejar que se diluya en medio del éxtasis de la presentación misma: “A cualquiera, pues, que me oye estas palabras y las pone en práctica, lo compararé a un hombre prudente” (Mat. 7:24). Básicamente, lo que el Señor les dijo a los presentes, y lo que debemos entender nosotros hoy, es que, por mucho que guste este sermón, por muy diferente, lógico, coherente y bien presentado que esté, no pasará nada en la vida del creyente a menos que lo ponga en práctica.
Luego, Jesús dijo: “A cualquiera que me oye estas palabras y no las practica, lo compararé a un hombre insensato” (vers. 26). Jesús admitió que es una imprudencia que dediquemos tiempo a escuchar/leer si no tenemos la intención de hacer algo con lo que oímos/leemos. Tenemos que luchar contra la tendencia de ser solo oidores de la Palabra. Como nos insta Santiago: “Sed hacedores de la palabra y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos” (1:22).
Tristemente, muchos cristianos van a la iglesia a ver un espectáculo cuyo atractivo depende de los actores de turno. Así, queremos escuchar a determinadas personas, queremos tener lo que esas personas han dicho en DVD, en libros o por Internet. Pero el afán no es el mismo a la hora de practicar lo escuchado o leído que esté acorde con las Escrituras. En tiempos de Ezequiel sucedía lo mismo, y Dios advirtió al profeta: “Escuchan tus palabras, pero no las ponen en práctica” (Eze. 33:32, DHH). Jesús quiere que nos cuidemos de eso y nos anima a hacer de la Palabra de Dios nuestro cimiento.
Dios nunca nos entrega su Palabra con el propósito de entretenernos o de admirarnos. Aun cuando el mensaje de Dios es admirable, su propósito es transformar nuestras vidas. El Sermón del Monte no es para leerlo y dejarlo en el monte: es para leerlo y bajar del monte a practicarlo. Así es como el Reino llega a nuestras vidas y a las de aquellos que nos rodean. Seamos, pues, prudentes.