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Jesús dijo a sus discípulos: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da” (Juan 14:27). Con estas palabras, mostró la gran diferencia que existe entre lo que el mundo llama paz, y la paz que él nos da.
Si consultas el diccionario, verás que la comprensión que se tiene del concepto paz es que se trata de la ausencia de guerra o enfrentamientos entre dos o más partes. La paz es interpretada como el acuerdo para poner fin a una guerra o a un conflicto; es vista como una situación de tranquilidad y buena relación entre los miembros de un grupo. Esto, sin embargo, no tiene nada que ver con lo que ocurre en el interior de las personas. Basta con que estén de acuerdo en firmar un documento, en detener la agresión o en mantener las cosas en tranquilidad, para beneficio de todos, y ya se afirma que se logró la paz. Pero muchas veces, esos tratados o acuerdos son firmados o hechos por personas que en su corazón sienten odio y resentimiento contra la otra parte; personas que siguen teniendo pensamientos que no son de paz. Entonces, ¿qué paz es esa? Esa es la paz que entiende y ofrece el mundo; la paz que nos da Dios es totalmente diferente.
El apóstol Pablo dice que “la paz de Dios sobrepasa todo entendimiento” humano (Fil. 4:7). Y lo podemos ver cada vez que un creyente perdona a alguien que lo ha ofendido o maltratado, que lo ha sometido a burlas y desprecios: la gente de alrededor no lo entiende y se asombra. Y es que la única manera de experimentar esa paz interna es que Dios la ponga en nuestro corazón.
La paz de Dios no elimina los problemas, no nos asegura que todo estará tranquilo ni que se acabarán las diferencias. Lo que Dios hace es proteger nuestro corazón, impidiendo así que la amargura, el enojo, el resentimiento y el odio se posesionen de nosotros, robándonos la fe y apartándonos de nuestra misión.
Dios es quien nos da pensamientos de paz, esperanza y seguridad, de tal manera que ni el temor, ni la terquedad, ni el orgullo, ni un posible conflicto que otro nos quiera generar, nos impidan recibir sus bendiciones. El cristiano, aun cuando esté rodeado de circunstancias adversas, siente paz. La paz de Dios.