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Bíblicamente hablando, nuestras opciones se resumen en ser esclavos o ser siervos. Lo único que podemos decidir es si seremos esclavos del poder de las tinieblas, del mal, de Satanás, o si elegiremos ser siervos del poder de la luz, del bien, de Cristo. Cuando aceptamos al Señor como nuestro Redentor, abandonamos el dominio de un reino (el de las tinieblas) y pasamos a formar parte del otro Reino: el del amado Hijo de Dios. Así, la redención (es decir, nuestra liberación de la esclavitud) se presenta en la Biblia en términos de que hemos sido comprados por un Redentor.
Las Sagradas Escrituras nos hablan de poderes que batallan, de personas que están oprimidas, de un enemigo que busca a quien destruir, de un Salvador que se ofrece para rescatar a los esclavos de esa opresión, de un precio que hubo que pagar por nuestro rescate, de trampas, acechanzas, engaños, tentaciones, y por supuesto, también se habla de liberación, de triunfo, de recompensas y de bienestar eterno. Ante un cuadro así, es importante saber y creer que nuestro Dios está capacitado para llevar a cabo ese rescate. Debemos estar seguros de que el poder de Dios controla, somete y vence al enemigo. También debemos estar seguros de que él pagó el rescate y, como bien afirma el apóstol Pablo, nos ha librado del poder de las tinieblas. Esto nos permitirá confiar en que, una vez rescatados, él podrá mantenernos a salvo de las asechanzas, las tentaciones y los engaños que el enemigo seguirá poniendo en nuestro camino. Y que, además, nos premiará con una recompensa eterna y feliz.
Pablo habla de la victoria de Cristo sobre Satanás como algo que ya se consumó.
Y de hecho así fue, en la Cruz del Calvario. Toda persona que se entrega a Cristo queda protegida por su poder, y ese poder ya venció a Satanás. Es por eso por lo que el enemigo tiembla cuando ve a una persona orando: sabe que Cristo vendrá en auxilio de ese creyente, y, por lo tanto, el enemigo sufrirá una rotunda derrota.
Lo que Dios hace para libertarnos del poder de las tinieblas es hacernos súbditos de su Reino. De esa manera somos espiritualmente trasladados al Reino de Cristo, y una vez ahí, el enemigo no puede acercarse a nosotros, porque tendría que enfrentarse primero a Cristo.
¡El cristianismo es el único camino hacia la verdadera libertad!