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Qué extraordinaria invitación nos hace Jesús: hallar descanso en él. ¿Y quién no está cansado de tantos intentos, de tanta preocupación? Solo hay una condición para recibir ese descanso: aceptar el yugo de Jesús. El “yugo”, por supuesto, es una metáfora o símbolo. Veamos a qué se refiere.
El yugo era una pieza de madera utilizada en tiempos del Nuevo Testamento, e incluso hasta hace poco. Con la ayuda de un arnés, se colocaba el yugo sobre el cuello de dos animales de tiro, especialmente bueyes o mulas, para que, colocados uno al lado del otro, tirasen juntos de un arado o de un carro. Al pedirnos llevar su yugo, Jesús nos está pidiendo que consintamos en estar unidos a él y someternos a su dirección. En términos espirituales, esto significa que nuestra debilidad humana debe quedar sometida al poder divino de Jesús; que nuestra ignorancia debe ser conducida por su sabiduría; que nuestra impureza debe ser abandonada para caminar en santidad junto a él.
Puede parecer duro usar un yugo, símbolo de sometimiento, para explicar una verdad espiritual, pero Jesús aclara que no es dureza lo que pretende, puesto que él es manso y humilde. Y recuerda, este yugo ha de llevarnos al verdadero descanso en Cristo. Resulta evidente, por tanto, que lo que Jesús quiere es llevar él nuestras cargas, guiarnos él por el camino correcto y permitirnos vivir a remolque de su amor y de la salvación que ha logrado para nosotros. Nuestra parte es el acto de fe, de caminar a su lado, liberados en el sentido de no tener que vivir mirándonos a nosotros mismos o dependiendo de nuestras capacidades. Ahora, en yugo con Jesús, cuando venga la tentación, él nos dará la salida; cuando nos amenace el enemigo con la condenación, Jesús nos recordará que nuestra deuda está saldada; cuando el pecado quiera esclavizarnos de nuevo, él nos liberará.
Llevar el yugo de Cristo es escondernos en él. Es en su perfección, en su pureza y en su santidad donde estará anclada nuestra fe, de tal manera que ya no vivo yo, sino que vive Cristo en mí, y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del hijo del hombre (ver Gál. 2:20). ¡Eso es llevar su yugo! Y trae descanso porque nos permite echar nuestras cargas a los pies de Cristo, con la seguridad de que él las llevará por nosotros. De esta manera, no vivimos bajo la presión de ganarnos la salvación.