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Mi hijo Alan y yo comenzamos a jugar juntos al baloncesto desde que él tenía siete años y yo cuarenta. Esas edades explican por qué el número de partidos que yo le he ganado es tan impresionante (también es impresionante que él no se haya quejado de abuso infantil). Pero no creas que el asunto es tan sencillo, porque con el tiempo, Alan desarrolló una estrategia que afectó mi récord de partidos invicto: cuando veía que solo me faltaban 4 o 2 puntos para ganar y él estaba lejos en las anotaciones, me decía: “Muy bien, papá, el que pierda gana”. De esa manera, él se anotó unos cuantos partidos abusando de mi “eficiencia”.
La primera vez que escuché a mi hijo proponerme esa idea me pareció muy creativa. En realidad, era la única forma en que un niño de siete años podría ganarle a un grandullón de cuarenta. Pero la idea de Alan solo funciona en un juego deportivo entre un hijo y su padre que lo único que quieren es compartir juntos un momento agradable. La vida real no funciona así. En la vida real, el que pierde, pierde, y no le va bien; y si no ganas, no vas a celebrar.
Me parece que muchas personas, cuando piensan en buscar a Dios, en arreglar sus cuentas con él y entregarle su vida, imaginan que no están listos para dar un paso así, porque no tienen nada bueno que presentar ante Dios; creen que hay muchas cosas por arreglar antes de hacerlo y prefieren dejarlo para más adelante. Ven el marcador entre ellos y Dios, y les parece que la distancia entre los dos es insalvable. Pero es aquí que Dios nos dice: “¿Sabes qué? Ven, no te detengas, arreglemos las cuentas. Te aseguro que si en el proceso se comprueba que estás mal, yo haré que estés bien; si se descubre que tienes una gran deuda, yo la saldaré”. En otras palabras: Dios está dispuesto a poner en práctica en tu vida real la idea de mi hijo Alan en la cancha de baloncesto.
Dios nos asegura en su Palabra que, con él, aun perdiendo, ganamos (ver Mat. 19:29); con él, aun teniendo razones para estar tristes, celebramos; con él, aun cuando el marcador diga que vamos muy por detrás, al final nuestro nombre aparecerá debajo de la palabra “ganador”.
¡Con Dios siempre ganamos!