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DIOS TE CONOCE MEJOR QUE TÚ

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“Si nuestro corazón nos reprende, mayor que nuestro corazón es Dios, y él sabe todas las cosas” (1 Juan 3:20).

Los cristianos, como cualquier otro ser humano, cometemos a menudo errores de percepción. Por una parte, sacamos conclusiones erróneas sobre lo que hacen los demás y por qué lo hacen; por otra parte, no nos conocemos a nosotros mismos lo suficientemente bien y, en nuestra inmadurez, nos autoengañamos. Sobre esto último es que nos habla Juan. 

Los creyentes podemos caer en el error de que, dejándonos guiar por nuestro propio corazón, nos cueste aceptar el amor y el perdón de Dios. Nuestra consciencia de haber pecado nos impide a veces aceptar el perdón pleno que el Señor nos ofrece, porque le damos más valor a la reprensión y la autocondenación que sentimos en nuestro interior que al perdón y la restauración totales que el Señor nos ofrece. De esa manera, entronizamos nuestras emociones, nuestros sentimientos de culpa o de vergüenza, dándoles el lugar principal en nuestras decisiones. Al hacer esto, retiramos a Dios del lugar que quiere ocupar en nuestra vida. 

El apóstol Juan nos deja claro que el cristiano no actúa y decide en función de lo que le dice su corazón, sino de lo que dice Dios en su Palabra. El corazón no es nuestra medida de fe y práctica; la Palabra de Dios sí lo es. ¿Por qué? Porque Dios es mayor que nuestro corazón; solo él sabe todas las cosas; y, de hecho, él nos conoce mejor de lo que nosotros nos conocemos a nosotros mismos. 

Nuestro corazón no puede ser la medida de todas las cosas porque estamos limitados por nuestra naturaleza humana caída. Necesitamos admitir que “engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” (Jer. 17:9). Bueno, Dios lo conoce. Y no solo lo conoce, sino que además él es más grande que lo que nosotros sentimos y pensamos; y su perdón es más grande que las reprensiones y las acusaciones que nos hace nuestro propio corazón. Por eso nuestra vida debe ser controlada por su Espíritu y a través de su Palabra inspirada. 

Deja a un lado tus propios juicios acusatorios y empieza a confiar en que la justicia y el perdón de Dios son mucho más elevados que tus sentimientos de autocondenación. Él lo sabe todo, cosa que tú no; por eso, no te apoyes en tus sentimientos y miedos, apóyate en Dios, en su amor, en su perdón y en su Palabra.

 

 

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