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Desde el punto de vista divino, nuestra victoria consiste en tener una relación salvadora con Jesucristo. Esto es completamente distinto al concepto de victoria desde la perspectiva humana, que está básicamente definido por la obtención de resultados positivos en cualquier cosa que nos propongamos. Este último punto de vista hace que cualquier persona a la que las cosas le salen bien se sienta victoriosa. Pero para Dios la victoria es poder decir: “¡Soy de Cristo! ¡Tengo a Cristo!” Porque en Cristo está incluida la victoria.
En Cristo se nos conceden las fuerzas para que alcancemos la victoria cada día, aun en asuntos que parecen simples o pequeños, pero que tienen que ver con nuestro carácter, como ser honestos en toda circunstancia, aunque tenga consecuencias, o cumplir la palabra empeñada aunque nos perjudique. También en Cristo se nos dan las fuerzas para vencer la incredulidad que tiene estancados a muchos, para subyugar el egoísmo que ha arruinado a tantos otros, y para desarraigar el pesimismo, el escepticismo, la apatía y el aburrimiento, que no dejan que muchos desarrollen su potencial.
Bajo los parámetros humanos, las personas tienen momentos de victoria en su vida, pero bajo el punto de vista de Dios, la vida común y corriente de un cristiano es una vida de victoria cada día. Esa victoria es el desarrollo de una actitud que no está determinada por las circunstancias externas, sino que puede exhibirse aún en los momentos de soledad, de dolor y de problemas. Viene determinada por una relación con Cristo.
Dios nos lleva a Cristo para que vivamos con esperanza, con paciencia y con dominio propio. Dios nos lleva a Cristo para que desarrollemos la firmeza para no caer, la virtud de la perseverancia para que no nos desanimemos, y para que, a pesar de las dificultades, sigamos creciendo en fe y en amor, en lugar de morir espiritualmente. Esa es la victoria que Dios nos da en Cristo. En otras palabras, se trata del privilegio de aprender a vivir rodeados de circunstancias buenas y malas, y seguir adelante siendo guiados por las fieles y verdaderas promesas de Dios.
Nunca lo olvides: cuando Cristo venga, nos dará la vida eterna, pero la victoria ya Dios nos la dio por medio de Jesucristo. “Gracias sean dadas a Dios” por esta maravillosa realidad que impacta tan positivamente nuestras vidas.