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¡Dios merece ser glorificado! No darle la gloria que merece es robársela, porque le pertenece. Él tiene todos los atributos de un Ser que puede llamarse glorioso: es eterno, autosuficiente, santo, todopoderoso, omnisapiente, lleno de amor, misericordia, bondad, y compasión, es fiel y verdadero. Hay mucho más que añadir a esta lista, pero supongo que es suficiente para caer de rodillas en adoración ante un Ser de tal magnitud. Así que, como dice el salmista: “No a nosotros, Señor, sino a tu nombre da gloria” (Sal. 115:1).
Existimos para glorificar a Dios. No tiene sentido pensar que Dios iba a crear seres humanos para que lo negaran, le faltaran el respeto o desacreditaran su sabiduría, justicia y amor. El plan de Dios fue crear seres a su imagen y semejanza. Por decirlo de alguna manera, Dios deseó en su plan original sentir lo que sienten los padres cuando alguien puede identificar y atribuirles buenas cualidades a sus hijos por el parecido que tienen con ellos. Así Dios quería que fuéramos semejantes a él. Y conforme pasara el tiempo, más y más se reflejara en nosotros la gloria de Dios, y el propio Señor resultara glorificado por ello.
La llegada del pecado no anuló ese propósito de Dios para nosotros. Él espera que, en la situación de contingencia que ha traído el pecado, glorifiquemos su nombre. De hecho, parte del propósito de su plan de salvación es que su carácter quede vindicado, al poder presentar a una multitud de redimidos por su gracia, para que el universo compruebe que el amor, la justicia y la gracia de Dios son el fundamento de su carácter. Así quedará desenmascarado Satanás, quien ha acusado a Dios de tirano y de haber impuesto una ley imposible de guardar.
Hay mucho implicado en el acto de glorificar a Dios, y por eso él nos ha dado la información que necesitamos para que no seamos engañados. Dios es glorificado cuando llevamos mucho fruto. ¿Cómo podemos llevar mucho fruto? Existe una sola manera: conectándonos con Jesús cada día. “Solo las ramas que permanecen unidas a la vid pueden seguir siendo productivas. […] El vigor de las ramas depende de su unión vital con la vid. En pocas palabras, ninguna rama puede dar fruto por sí misma”. Para que eso se cumpla, tenemos la promesa de que Dios se mantendrá limpiándonos; de esa manera su nombre recibirá aún más gloria.