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¿Por qué nos bendice Dios sin pedir nada a cambio? ¿Seríamos mejores cristianos si tuviéramos que pagar por sus bendiciones? ¿Nos tomaríamos la vida cristiana más en serio, si tuvieran un precio los beneficios que nos proporciona Dios? ¿De qué manera podríamos pagarle sus favores?
No es la primera vez que alguien se plantea estas preguntas. A muchos seres humanos, a través de la historia, les ha llamado la atención la forma en que Dios muestra su amor, su misericordia y generosidad, a favor de seres que nunca podrán merecer ni pagar tales beneficios. Por esta razón nos choca tanto la actitud de personas que podemos encontrar en la Biblia, como la del fariseo que fue al Templo, básicamente a presentar delante de Dios el listado de razones por las que él entendía que el Señor debía recompensarlo. ¿De verdad pensaba que con sus obras podía pagar el favor de Dios? ¿Y qué me dices de la parábola de los obreros de la viña (lee Mat? ¿20)? Constituye también una muestra de esa actitud humana que se escandaliza frente a lo bueno que es Dios cuando se trata de compartir sus bendiciones.
La actitud que acompaña al salmista es otra. En la pregunta que se plantea y que él mismo responde en el Salmo 116:12 al 14, está dejando en claro que comprende que no está a nuestro alcance pagar el precio que tiene la salvación. Esta pregunta no la hace un hombre que está tratando de ganarse la gracia divina, sino uno que está abrumado al contemplar la inmensurable generosidad que Dios ha tenido para con él. Este Salmo es un canto de acción de gracias al Señor. No presenta la idea de que podemos pagar a Dios lo que nos ha dado, sino que no tenemos cómo pagarle a Dios. La pregunta nos invita a sacar cuentas y ver cuán bueno es Dios; a mantenernos conscientes de hasta qué punto estamos en deuda; a darnos cuenta de que no tenemos con qué pagarle. Dependemos exclusivamente de su gracia y amor.
En Patriarcas y profetas leemos: “El cristiano debiera repasar a menudo su vida pasada, y recordar con gratitud las preciosas liberaciones que Dios ha obrado en su favor, sosteniéndole en la tentación, abriéndole caminos cuando todo parecía tinieblas y obstáculos, y dándole nuevas fuerzas cuando estaba por desmayar (p. 185).
Ya que no podemos pagar, al menos digamos: “¡Gracias, Señor!”