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UN DIOS DEL CIENTO POR CIENTO

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“Cualquiera de vosotros que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo” (Lucas 14:33).

Como vemos en el versículo de hoy, Jesús “anima a todos los aspirantes a discípulos a considerar el costo antes de decidir seguirlo”. Cuando una persona toma la decisión de seguir a Cristo, debe entender que implica abandonar todo lo que pueda separarla del Señor. Ese es el costo del discipulado: someternos en forma completa. Eso significa que nada ni nadie puede ser más importante que Dios. 

Somos ciento por ciento suyos. 

 

Por supuesto, no estamos hablando de una sumisión ciega e irracional; muy por el contrario, ser discípulo de Cristo es algo que se debe decidir con plena libertad de conciencia y haciendo uso de la razón. En cuanto a respetar la voluntad del ser humano, nuestro Dios, como en todas las cosas, es espléndido. Nunca aceptaría una entrega que no sea hecha voluntariamente y con inteligencia. De otra manera, la decisión de seguir a Cristo no contribuiría al progreso y el desarrollo del carácter. 

 

Es Dios el que ha diseñado un plan que tiene el propósito de elevarnos a alturas para nosotros insospechadas. Es él quien tiene la única forma posible de liberarnos de la esclavitud del pecado y ayudarnos a alcanzar el más alto desarrollo posible. Es pensando en esto que nos invita a entregarnos a él para darle cumplimiento a su maravilloso plan. Este es el contexto en que debemos entender las palabras de Jesús en Lucas 14:33. Se trata de estar dispuestos a renunciar a todo lo que pueda separarnos de Cristo, para permitir que él cumpla su plan en nosotros. 

 

Cualquier cosa que Dios nos pida abandonar es porque no contribuye a nuestro bienestar presente ni futuro. Nada puede ser considerado un sacrificio demasiado grande si se ha hecho para recibir la gran bendición de Dios en nuestra vida. Nada es mucho para un Dios que lo ha dado todo, que se ha comprometido al ciento por ciento, y que no escatimó ningún recurso para nuestra salvación. Sería tonto pensar que Dios está tratando de quedarse con todo y dejarnos sin nada. Lejos de eso, debemos contemplar a un Dios que nos está diciendo: “Tengo tantas cosas para ti. Tengo todo lo que necesitas, puedo hacerte feliz, ayudarte en tu desarrollo y darte la posibilidad de vivir para siempre. Déjame entrar, suelta todo lo que impide que lo haga, y comenzarás a vivir la verdadera vida”.

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