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Subestimamos a Dios cuando se trata de sentir y expresar gozo. ¡Qué error! Desde el Génesis, Dios aparece retratado en la Biblia, celebrando su creación y creando todo un día (el sábado) para disfrutar del gozo de la comunión con sus criaturas. Dios inspiró a María a celebrar el cruce del mar con un cántico; enseñó a su pueblo a celebrar en su presencia, instituyendo tres ocasiones festivas (lee Deut. 16:16, 17); Nehemías dijo que el gozo del Señor es sinónimo de fuerzas espirituales para los hijos de Dios (Neh. 8:10); el salmista reconoció que en la presencia del Señor hay plenitud de gozo (lee Sal. 16:11); Dios anunció el nacimiento de su Hijo con un coro de ángeles cantando en celebración; y Jesús compartía sus enseñanzas con sus discípulos para que el gozo de él estuviera en ellos, y así su propio gozo fuera completo (lee Juan 15:11).
Nuestro Dios es el ser más lleno de gozo en el universo. Y aunque Jesús fue un Varón de dolores (Isa. 53:3), fue a la Cruz por el gozo que le esperaba al vernos salvados (Heb. 12:2), y ha prometido que su Espíritu producirá gozo en nosotros (Gál. 5:22). Dios no merece ser mal representado por cristianos que han decidido cancelar el gozo en su vida y no les agrada ver a otros experimentando el gozo del Señor. Algunos llegan a parecerse al vecino de un agricultor que siempre estaba quejándose y a todo le encontraba defecto. El agricultor decidió hacer algo para impresionarlo y ver si celebraba. Se compró el mejor perro de caza, lo entrenó e invitó a su vecino “cero gozo” a cazar. Le dijo que su perro podía quedarse quieto una hora y olfatear una pista a 2 kilómetros; pero no hubo reacción. Luego le disparó a un pato, que cayó en medio de una laguna; el perro corrió sobre la superficie del agua, recogió el ave y la trajo a los pies del dueño. “¿Qué le pareció eso, vecino?”, preguntó, orgulloso. “Lamento que un perro tan bueno según usted no sepa siquiera nadar”, fue la respuesta.
Dios canta de alegría, se regocija por nosotros y quiere que veamos y experimentemos su gozo para que tengamos fuerzas para vivir, confiar en él y seguir adelante. No permitamos que nada nos quite el gozo del Señor ni lo matemos nosotros mismos, porque esa es nuestra fortaleza espiritual. Su carencia nos hace débiles.