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Ante la perspectiva de que pronto se ausentaría de esta Tierra para regresar al Cielo, Jesús oró por sus discípulos (Juan 17). Uno de los motivos por los cuales oró nos muestra un precioso retrato de la Deidad. En el versículo 11, leemos: “Que sean uno, así como nosotros”. Vemos, pues, a un Dios que modela la unidad.
El espíritu de la unidad es el espíritu del Cielo. Ese es el ambiente en que vive la Deidad. Ellos comparten la gloria, el poder y el reinado. La división, los desacuerdos y las desavenencias no tienen lugar en el entorno de perfecta unidad en que habita la Trinidad.
Jesús nos quiso mostrar la unidad que existe entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, porque desea que ese mismo espíritu reine entre sus hijos; por lo tanto, la unidad de ellos es un ejemplo que debemos seguir. De hecho, es más que un ejemplo: la unidad es un don divino. Es a través del Espíritu de Dios que los cristianos podemos ser uno.
El apóstol Pablo se hace eco de la oración de Cristo cuando aconseja a todos los creyentes diciendo: “Les ruego, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que hablen todos una misma cosa y que no haya entre ustedes divisiones.
Antes, estén perfectamente unidos en una misma mente y un mismo parecer” (1 Cor. 1:10). “Llénenme de alegría, viviendo todos en armonía, unidos por un mismo amor, por un mismo espíritu y por un mismo propósito” (Fil. 2:2, DHH).
Si prestamos atención a la oración de Jesús, la unidad debe reinar entre nosotros. Sin importar que Dios haya traído a su pueblo a personas de diferentes razas, culturas, países e idiomas, sin importar nuestro género, estatus económico o nivel educativo, en la iglesia de Cristo debe haber acuerdo en mantenernos unidos. De lo contrario, la oración de Cristo no hallará respuesta en nosotros, y el llamado de Pablo quedará sin efecto. Lo bueno es que el mismo Jesús que pide la unidad, también la garantiza, si acudimos a él para obtenerla.
No tiene sentido decir que somos la iglesia de un Dios que vive en perfecta unidad mientras nosotros vivimos en completa división. ¡Seamos uno! Tratemos de conservar la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz (lee Efe. 4:3). “Para que con un solo corazón y a una sola voz glorifiquemos al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo” (Rom. 15:6, NVI).