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UN DIOS ALTRUISTA

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“Cristo mismo tampoco buscó agradarse a sí mismo” (Romanos 15:3, PDT).

Buscar agradarse a uno mismo como meta de cada interacción (familiar, matrimonial, laboral o de amistad) es la base del egoísmo. Esta filosofía se convierte en un estilo de vida que ve todas las cosas y a todas las personas en función del beneficio que puedan aportarnos. Si no hay beneficio o algo o alguien no me agrada, no lo hago, no lo creo, no me importa, no me interesa, me alejo... aunque genere dolor o perjuicio a otros. Este tipo de razonamiento da paso a una visión materialista/utilitarista del ser humano, lo cual dista mucho de la filosofía que recorre la Biblia, y que coloca en el centro la salvación, la redención, la restauración del hombre, con el objetivo de que se vuelva a Dios y viva para amar al prójimo. 

 

En la Biblia, Cristo aparece retratado como alguien que supo negar el yo. El apóstol Pablo lo dice con estas palabras: “No buscó agradarse a sí mismo”. Cuán diferente es este cuadro de Cristo, de la forma en que vivimos hoy en día, cuando el ego domina tantas vidas, incluso de quienes decimos ser cristianos. 

 

Jesús es el perfecto ejemplo de lo que significa una vida altruista. Él vivió, en primer lugar, para hacer la voluntad de su Padre, y en segundo lugar, para servir a los demás. No retuvo nada para sí; aun su propia vida la entregó por amor. Ni siquiera es necesario mencionar los descansos que nunca se tomó, las comidas que postergó, las noches de sueño que acortó o la compasión inagotable que mostró. Él vivió olvidado de sí. Su gozo, su comida, su todo era hacer la voluntad de su Padre: salvar a los perdidos. 

 

Un cristiano que vive para complacerse a sí mismo no ha entendido todavía la diferencia entre identificarse con una religión y conocer, seguir y amar a Cristo. La verdadera experiencia cristiana conlleva renunciamiento, sacrificio y olvido de uno mismo. Cristo no puede reinar en un corazón donde mora el egoísmo. Si bien es cierto que más de un enemigo externo amenaza con ocupar el lugar de Cristo en nuestra vida, no hay duda de que la más grande batalla que nos toca librar es la de no permitir que nuestro yo se instale como rey de nuestra existencia. 

 

“Jesús dijo a sus discípulos: ‘Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame’ “(Mat. 16:24). Que haya, pues, en nosotros, esa misma actitud que hubo en Cristo Jesús (lee Fil. 2:5).

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