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EL DIOS A QUIEN SE LO DEBEMOS TODO

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“¿Qué pagaré al Señor por todos sus beneficios hacia mí?” (Salmo 116:12).

Sencillamente, hay cosas que nunca podremos pagar; nos queda solo aceptarlas con agradecimiento y lealtad. Por ejemplo, ¿cómo pagarles a tus padres el haberte traído a la existencia, el tiempo dedicado a ti, el alimento que pusieron siempre a tu mesa, el amor con el que te hicieron sentir seguro, el cuidado que te permitió crecer libremente o la paciencia que les fue necesario tener para que llegaras a ser lo que eres hoy? ¿Con qué le pagarías a alguien que te rescató cuando te estabas ahogando? ¿Te puedes imaginar a alguien que acaba de ser rescatado de la muerte preguntando “cuánto le debo”? Lo único que se puede hacer es decir: “Gracias”. 

 

Ahora te pregunto: ¿cómo pagarle a Dios? Son tantas las cosas que has recibido de él. Para empezar, la vida: cada latido de tu corazón, el aire que respiras, el funcionamiento de cada órgano de tu cuerpo… Para seguir, su protección: las veces que te ha librado de peligros y males. ¿Y qué me dices del apoyo social? Los padres, la familia, el cónyuge o los hijos que te dio... ¿cómo pagarle por todo eso? 

 

Pero aún hay más. ¿Cómo pagarle a Dios por el trabajo que ha provisto para ti, la buena salud que has disfrutado y las veces que la ha restaurado? Estamos en deuda por cada alimento y cada vaso de agua que ponemos en nuestra boca, por el sol que nos da luz y nutrientes, por la lluvia y por bendiciones de las cuales ni siquiera somos conscientes. 

 

Y dejo para el final (aunque no por ello menos importantes) las bendiciones de carácter espiritual. ¿Cómo pagarle a Dios por su Palabra, el consuelo de la oración, el perdón, la gracia, la salvación, la dirección del Espíritu, la fuerza para vencer las tentaciones, el Espíritu de Profecía, la iglesia, sus promesas, la esperanza, y sobre todo, el regalo de su Hijo, Jesucristo? 

 

Mira atrás, a donde estabas cuando te encontró el Señor, de dónde te trajo, y cuántas oportunidades te ha dado, cuántos privilegios que nunca soñaste. Si puedes recordar tus orígenes y las circunstancias de las que Dios te rescató, y si piensas en todas las cosas que le han sucedido a tu vida gracias a haber conocido a Dios y a su bondad para contigo, seguramente te surgirá la pregunta: ¿Qué pagaré a Dios por sus beneficios hacia mí?

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