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Por todas partes hay evidencias de que la mayoría de los seres humanos no consideran, o no llegan a creer realmente, que Dios es temible. De otra manera, su actitud hacia él sería diferente. Pero temer a Dios es realmente importante; de hecho, el primero de los tres mensajes angélicos de Apocalipsis para que demos a los seres humanos al final del tiempo comienza diciendo: “Teman a Dios” (lee Apoc. 14:7).
Según el diccionario, “temible” es alguien o algo digno o merecedor de que se le tema. Y se le teme porque es formidable, porque causa asombro. En el caso de Dios, el Comentario bíblico adventista indica que “‘temible’ significa ‘digno de reverencia’”(t. 3, p. 820). Cuando leemos el Salmo 76 nos damos cuenta de que el salmista retrata a Dios como un ser temible en el sentido de que su poder es tal, que ha vencido al enemigo y llevará a cabo la obra de juicio sobre las naciones. Es importante que contemplemos a Dios en esta dimensión, porque nos ayuda a equilibrar nuestro concepto de él e impacta la forma en que nos relacionamos con él ahora (cómo lo adoramos y cómo lo servimos). Un evangelio que solo haga énfasis en el gran amor de Dios sin incluir su justicia, su santidad y su juicio, no producirá una vida espiritual equilibrada.
Dios es asombroso, digno de ser temido en el sentido de ser reverenciado, obedecido y seriamente tomado en cuenta. Su invitación a ir a él, la seguridad de su amor y su constante perdón, no deben llevarnos a caer en una familiaridad carente de reverencia y obediencia. Por eso, el mismo Dios preguntó a los sacerdotes en la antigüedad: “Si soy, Señor, ¿dónde está mi temor?” (Mal. 1:6, RV 95). Yo te pregunto hoy a ti: ¿Dónde está tu temor hacia Dios?
Nuestra reverencia a Dios se asienta sobre la base de que sabemos que él es santo (Sal. 99:3), por lo que no podemos buscarlo teniendo preferencia por el pecado. Sabemos que él es fuego consumidor (Deut. 4:24), por lo cual, quienes lo niegan con su manera de vivir, serán consumidos. Él es celoso (Éxo. 34:14), por tanto, no acepta que tengamos otro dios. Lo tememos porque sabemos que, en el juicio, salvará a los que lo temen (Apoc. 11:18).
El cristiano espiritualmente equilibrado teme a Dios porque merece reverencia, y la mejor forma de mostrarlo es aborreciendo lo malo (ver Prov. 8:13) y haciendo el bien.