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Existe en Cantabria, al norte de España, un grupo de población de tradición ganadera conocido como los pasiegos. Son gente austera, de carácter reservado, y se da entre ellos un fenómeno muy peculiar. Los pasiegos no suelen ir al banco a pedir préstamos, sino que se prestan dinero entre ellos, sin que intervengan abogados ni empleados bancarios. Para hacerse un préstamo en esta comunidad, lo único que se necesita es la presencia de dos testigos y un apretón de manos final. ¿Y sabes qué? Entre los pasiegos no hay morosos. ¡Cero índice de morosidad! No existe nadie que no devuelva lo que debe.
¿Acaso no es paradójico que, precisamente en un entorno en el que no se toman medidas (firma de contratos, presencia de abogados, intervención de un banco), es donde menos morosidad existe? No puede una menos que preguntarse el porqué. Pues bien, ese por qué es simple: el «castigo» para quien no devuelve lo que debe es el descrédito en la comunidad. Para el pasiego, la buena reputación es vital y no están dispuestos a perderla por cualquier cosa, mucho menos por dinero.*
Dice la Biblia que «vale más tener buena fama y reputación que abundancia de oro y plata» (Prov. 22: 1), pero si tuvieras que elegir entre tener un millón de dólares o tener fama de persona íntegra y honrada, ¿qué elegirías? Es una pregunta difícil. ¿Qué valoramos más, la integridad y la honradez, o las cosas materiales?
Claro que ser honrado no garantiza que no hablen mal de nosotras (tal vez por envidia, baja autoestima, inmadurez personal, costumbre cultural o simplemente por deporte), pero dejemos en manos de Dios la reacción de los demás. Solo dos cosas están en nuestras manos: 1) ser realmente lo que aparentamos ser y 2) comenzar a formar nuestra reputación en nuestra propia casa.
Nuestra familia es quien realmente sabe quiénes somos y cómo somos. Podemos engañar a los de afuera aparentando una honradez e integridad que no tenemos, pero no podemos engañar a los de adentro. ¿Qué quiero decir con esto? Que la prioridad no es intentar aparentar ser lo que no somos para tener buena reputación, la prioridad es pertenecer a ese pueblo de tradición cristiana en el cual no hay morosidad ni corrupción por el simple hecho de que ambas desagradan a Dios.
«Si quieres gozar de buena reputación, preocúpate por ser lo que aparentas ser». Sócrates.
* Miguel Ángel Revilla, Ser feliz no es caro (Barcelona: Espasa, 2016), pp. 167-168.