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Tendemos a idealizar la amistad y, como resultado, pagamos un alto precio cuando sufrimos decepciones, pues no todos los que dicen llamarse amigos lo son de verdad. El Nuevo Testamento nos advierte de esta realidad. Jesús, en la parábola del hijo pródigo, menciona a esos «amigos» que, en realidad, están ahí por interés; cuando no pueden obtener nada de ti, se van. Esta es una experiencia difícil que nos toca vivir; lo único positivo que obtenemos de ella es que nos enseña a distinguir qué es la amistad de lo que no lo es y, por tanto, nos ayuda a ser prudentes en la siguiente oportunidad.
En el Antiguo Testamento se nos previene contra las falsas amistades. En Jeremías 9: 4-5 leemos: «Hay que desconfiar hasta del amigo; pues se calumnian unos a otros». Es muy claro el Señor sobre lo que piensa de este tipo de personas: «Destruiré por completo al que hable mal de su amigo» (Sal. 101: 5, TLA). ¡Qué fuerte! Como vemos, la discreción es vital en la amistad. Si la otra persona no es discreta con lo que le has contado y lo que ha observado en sus interacciones contigo, no es amiga, y tienes derecho a desconfiar.
Ahora bien, la discreción que hace amigos no consiste solamente en no contar a nadie lo que nos ha dicho nuestra amiga. Sí, por ejemplo, yo le digo a ella: «¿Sabes? Fulanita se está divorciando, su marido le es infiel y además me enteré de y qué bla-bla-bla»..., en esa indiscreción de contarle algo privado de una tercera persona que no es mío para contar, también estoy perdiendo su confianza y minando así nuestra amistad. Eso se llama chisme y, aunque pueda parecer jugoso, el chisme es destructor de la amistad. La confianza que existe entre dos amigas no surge de la nada; se basa en una limpieza continuada de palabras que expresen la pureza y autenticidad de nuestros pensamientos. Solo esa limpieza auténtica nos puede hacer sentir seguras en la boca y el corazón de la otra persona.
Hablar mal de una amiga conlleva en sí mismo la evidencia de que no es amistad, pero compartir información ajena como si tuviéramos derecho a hacerlo, tampoco ayuda a sentar las bases de la confianza. Para ser amiga no basta con querer, también hay que ser: ser discreta, ser prudente, como estilo de vida, como modo de ser interior. Porque eso es lo que lleva a otro a decir: «En esta persona sí se puede confiar para hacer amistad». Y, por supuesto, siempre tenemos a nuestro alcance a Aquel que nos completa en nuestras carencias, que nos ayuda a cambiar nuestros defectos. El Espíritu de Dios nos puede dar el dominio propio que es tan esencial en la amistad.