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-Creo que no puedo dar un paso más -afirmó Martín.
Yo tampoco -replicó su amigo.
-Lo sé -añadió Martín con desánimo-, qué te parece si nos vamos.
Corría el año 1497. Martín Lutero tenía a la sazón catorce años y estaba intentando costearse su educación, para lo cual salía por las calles con su amigo pidiendo limosna a cambio de cantar. Cuando ya habían asimilado que pasarían la noche con hambre y frío, sus cantos infantiles resonaron en el corazón de una mujer sensible y cristiana llamada Úrsula Cotta, que los había estado observando desde la ventana de su casa. Úrsula era una mujer adinerada y había visto a Martín y a su amigo cantando en el coro de la iglesia. Tras ser testigo de la rudeza de la gente hacia los muchachos, se sintió conmovida.
Úrsula abrió de par en par las puertas de su casa e indicó a los dos muchachos que entraran. Les habló con amabilidad. Lutero, impresionado por aquella mujer generosa, se echó a llorar. Pronto descubrieron que los padres de Martín eran parientes del esposo de ella, y la mujer decidió invitarlo a vivir con ellos en la casa. Úrsula y su esposo apoyaron económicamente a Lutero hasta 1501, cuando se marchó a la Universidad de Erfurt.*
Los actos de bondad. ¡Qué impacto tan inmenso tienen en la vida de la gente! Yo misma fui beneficiaria de uno hace muchos años. Una familia me abrió las puertas de su casa en Estados Unidos cuando yo tenía apenas diecisiete años y, con cariño y dulzura, me llevaron al conocimiento de la Biblia. A ellos les debo mi despertar espiritual y un cambio de vida que dura hasta el día de hoy.
Lutero, el instrumento que Dios utilizó para hacer salir a Europa del oscurantismo religioso, se vio tremendamente bendecido por una mujer rica pero sencilla. Ella es un ejemplo de benevolencia cristiana, una inspiración a hacer el bien, ayudar al necesitado y ser un instrumento de Dios para llevar amor al mundo. Porque el amor importa; la amabilidad importa; hacer el bien a una sola alma importa. Y porque cada vez que delante de mí haya un ser humano que necesita ayuda, estoy en deuda con él. ¿Y tú?
* James Anderson, Ladies of The Reformation (Edimburgo: Blackie and Son, 1855), pp. 33-44.