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Una pareja que no podía tener hijos decidió comprar un perrito. El cachorro creció hasta convertirse en un precioso pastor alemán, y ellos lo querían como a un hijo. El perro era fiel en todo; incluso los salvó en una ocasión en que unos ladrones querían asaltarlos. Tras siete años de convivencia con el animal, la pareja tuvo un hijo y la atención de ellos se desvió hacia el bebé; el perro empezó a dar señales de celos.
Un día, tras haber dejado al bebé dormido en su cunita, la pareja se preparó para cenar cuando, de pronto, vieron al perro en el pasillo con la boca llena de sangre. El dueño, inmediatamente, pensó lo peor; agarró un arma y le disparó. Luego se apresuró al cuarto del niño, donde encontró una enorme serpiente degollada. Llorando, exclamó:
"¡He matado a mi perro fiel!".* Cuántas veces juzgamos mal..., qué rápidamente concluimos lo peor sobre otros... Y así, vamos dejando víctimas por el camino: en términos de reputación perdida, de relaciones rotas, de corazones profundamente heridos, incluso de llegar a afectar físicamente la integridad de otra persona. Esos juicios de valor que hacemos nos vuelven a nosotras esclavas de cierta manera de pensar, y a otros, esclavos de nuestro cambio de actitud y falta de discreción hacia ellos.
Cadenas y más cadenas. Pero Dios quiere liberarnos en Cristo para que vivamos una fe pura; parte de esa liberación pasa necesariamente por el doble proceso interno de aprender a
1) no juzgar y
2) a que no nos afecte el juicio de los otros.
De este tipo de libertad al que podemos aspirar nos habla Pablo en 1 Corintios: «Muy poco me preocupa que me juzguen ustedes o cualquier tribunal humano; es más, ni siquiera me juzgo a mí mismo. [...] El que me juzga es el Señor. Por lo tanto, no juzguen nada antes de tiempo; esperen hasta que venga el Señor. Él sacará a la luz lo que está oculto en la oscuridad» (4: 3-5).
Es el tribunal superior el que nos juzga, sobre la base del amor. No necesitas malgastar ningún cartucho en dispararle a nadie. Sé libre, da libertad; relaciónate con amor, llevando a la gente a los pies de Jesús, no de tus juicios personales.
"Cuando nos sentimos libres en presencia de quienes juzgan nuestras vidas y evalúan nuestros actos, tenemos verdadera libertad cristiana". Lewis Smedes.
*Indri Dumont, El pollo (La Paz, México: Chicome editorial, 2012), pp. 48-49.