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El autor cristiano John Ortberg cuenta de una ocasión cuando, en la universidad de una de sus hijas, habían abierto las puertas para todos los padres que quisieran entrevistarse con los profesores. Al pastor Ortberg le tocó esperar turno con su familia en una pequeña sala donde había otra madre acompañada de su hijo de ocho años. No se conocían, pero durante la hora completa que duró la espera, la mujer desconocida no paró de hablar. Les contó cosas personales, chismes de los vecinos y de los hijos de los vecinos, historias de su esposo y de sus hijos... La familia del pastor Ortberg intentaba darle señales para que dejara de hablar (miraban para otro lado, no respondían para que no retomara fuerzas, mostraban aburrimiento con su lenguaje corporal...), pero nada funcionó.
Cuando la hija de la mujer llegó a recoger a su madre y a su hermanito, la habladora desconocida se levantó y continuó su largo monólogo mientras salía:
-Bueno, chicos, tenemos que irnos, que hay muchas cosas que hacer: hay que recoger a papá y luego tengo que comprar unos botones...
Cuando mencionó la palabra «botones», su hijo de ocho años comentó:
-Mamá, necesitas comprar unos botones para tu boca también.*
Cierra la boca. ¡Qué mensaje difícil de escuchar de labios de un hijo! Y, sin embargo, cuánto fundamento bíblico tiene. Siendo que «nadie ha podido dominar la lengua», que «es un mal que no se deja dominar y que está lleno de veneno mortal» (Sant. 3: 8), necesitamos sabiduría de lo alto en este aspecto tan importante de la vida. De lo contrario, nuestras muchas palabras nos generarán problemas de relaciones personales, así como sentimientos de culpa, tristeza y soledad.
En la comunicación humana, «prestar» atención es el préstamo más generoso, más conectivo y más inteligente que podemos hacer; y nos dará grandes dividendos. Por eso, seamos «prontos para oír, tardos para hablar» (Sant. 1: 19, RV95). Porque «es de sabios hablar poco. [...] Hasta el necio pasa por sabio e inteligente cuando se calla y guarda silencio» (Prov. 17: 27-28). Aunque es una verdad obvia, a veces necesitamos que un niño nos la recuerde.
El mensaje de hoy es breve y directo; breve y simple; breve y suave; breve y amable; breve y tremendamente virtuoso: escuchemos más, hablemos menos. Y, si nos hace falta, comprémonos unos botones que nos ayuden a lograrlo.
«El peor defecto al hablar es hablar demasiado. Por tanto, sé breve y virtuoso, breve y suave, breve y simple, breve y caritativo, breve y amable». Francisco de Sales.
* John Ortberg, Todos somos normales hasta que nos conocen (Miami: Vida, 2004), cap. 6.