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Se cuenta que Oliver Wendell Holmes, juez asociado de la Corte Suprema de entre 1902 y 1932 nombrado por el presidente, asistió una vez a una reunión en la que él era el hombre más bajito. Burlándose de esto, un colega comentó: «Supongo que te sientes pequeño entre nosotros, que somos hombres tan grandes»; a lo que respondió: «Así es, me siento como una moneda de diez centavos en medio de un montón de monedas de un centavo». Como sabes, curiosamente, las monedas de diez son más pequeñas que las de un centavo. Curiosamente también, la autoestima no se basa en lo que se ve (ser más atractiva, recibir más crédito, tener más inteligencia que otros o recibir privilegios...). Cierto que todo eso puede ser fuente de satisfacción, pero la autoestima se basa en lo que no se ve.
Nos cuesta desarrollar una autoestima sana: o tenemos un concepto de nosotras mismas superior al que debiéramos, o nos sentimos inseguras, inapropiadas, incompetentes e irrelevantes. Y si bien es cierto que con respecto a Dios somos apenas criaturas que no se comparan con su grandeza, también es cierto que nos rodeó de honor y dignidad, nos dio autoridad sobre sus obras, nos puso por encima de todo (Sal. 8:5-6). Si nos miramos a través de los ojos de Dios, entendemos nuestro extraordinario valor.
No es equilibrado ni justo sentirnos poca cosa. Si trabajamos nuestra capacidad de aceptar el amor de Dios, estaremos trabajando nuestra autoestima.
Como ves, hay dos peligros a evitar:
1. El narcisismo, que genera rechazo, pues exhibe una conducta arrogante que espera ser siempre el centro de atención y se enfurece cuando no es así. Jesús mismo nos previno al respecto, diciendo: «El que a sí mismo se engrandece, será humillado» (Mat. 23:12).
2. La falta de amor propio, que puede dar pie a episodios de ansiedad y momentos de depresión. Jesús también indicó: «Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. [...] Ama a tu prójimo como a ti mismo. En estos dos mandamientos se basan toda la ley y los profetas» (Mat. 22:37-40).
Ama a Dios.
Ama a tu prójimo.
Sin dejar de amarte a ti misma.
«Nadie puede hacerte sentir inferior sin tu consentimiento». Eleanor Roosevelt.