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Hoy Más Que Nunca

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«Que nadie deje de asistir a las reuniones de su iglesia, como algunos tienen por costumbre; al contrario, anímense unos a otros» (Heb. 10: 25, BLPH).

Hay un detalle en la historia de Ana que solemos pasar por alto y que considero de gran profundidad y pertinencia para nosotras hoy. Se encuentra en 1 Samuel 1:3, y dice así: «Cada año Elcana y su familia viajaban al santuario en Silo para adorar al Señor Todopoderoso y ofrecerle sacrificios. En aquel tiempo oficiaban como sacerdotes los dos hijos de Elí, Ofni y Finees» (NVB). «Estos sacerdotes infieles violaban la ley de Dios y deshonraban su santo cargo por sus prácticas viles y degradantes; [...] mucha gente, llena de indignación por la conducta corrompida de Ofni y Finees, dejó de subir al lugar indicado para el culto».*

Como ves, «los hijos de Elí eran unos sinvergüenzas que no le tenían respeto al Señor ni a sus obligaciones sacerdotales» (1 Sam. 2: 12-13, NTV). Tenían montada una mafia de la cual la gente era consciente, por lo que muchos dejaron de subir al templo para adorar a Dios. Muchos, pero no Ana.

En ese contexto cultural de decadencia espiritual, Ana nos es presentada como una mujer cuyo compromiso con el Señor, cuyos hábitos de culto y oración estaban arraigados en algo mucho más sólido que la conducta de los dirigentes religiosos del momento. Ana brilla como un rayo de luz que, en medio de un contexto eclesiástico frío, corrupto y cínico, ejemplificó el verdadero compromiso espiritual con Dios. Con razón fue también una esposa fiel y una madre abnegada; su relación con el Señor le daba una visión que le permitía estar por encima de ciertas dificultades y que colocaba sus motivaciones muy lejos del egoísmo reinante.

A veces, cuando vemos a nuestro alrededor que el egoísmo, el engaño, la hipocresía, la politiquería o la pura y dura corrupción triunfan, nos sentimos tentadas a dejar que la cultura que nos rodea apague nuestra luz. Cuando vemos irreverencia, sarcasmo, cinismo o falta de compromiso incluso por parte de cierto liderazgo de la iglesia, nos desanimamos de asistir a ella, nos amargamos, y perdemos la costumbre de reunirnos. Con ello, perdemos también la bendición de servirnos de ánimo los unos a los otros, y de ejercer una influencia para el bien en nuestra esfera.

El ejemplo de Ana es una fuente de inspiración hoy más que nunca.

«En tenebrosos días, Ana se destacó como un rayo de luz». John MacArthur

Elena G. de White, Patriarcas y profetas (Doral, Florida: IADPA / México D. F.: GEMA, 2008), cap. 56, p. 563.

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