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Del Egocentrismo Al Otrocentrismo (principios 1 a 3)

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«Ayúdense mutuamente a soportar las dificultades, y así cumplirán la ley de Cristo» (Gálatas 6: 2, BLPH).

Hablemos de tres principios bíblicos que nos ayudan a tener relaciones personales equilibradas (siendo como es, el equilibrio, la clave de la vida).

1. «Acéptense unos a otros, tal como Cristo los aceptó a ustedes» (Rom. 15: 7, NTV). Una señal de madurez espiritual es aceptar que todos tenemos predisposición a hacer lo malo; «todos hemos pecado» (Rom. 3: 23, TLA). Si caemos en el error de idealizar la iglesia, la amistad o la familia creyendo que deben ser comunidades de personas perfectas, nos influirá más el apego a ese concepto inmaduro de comunidad que el amor a las personas que la forman. La decepción estará entonces llamando a la puerta y con ella entrará el deseo de construir muros. Ni siquiera la iglesia cristiana primitiva estaba libre de conflictos; sin embargo, hicieron una obra excepcional en pro de la salvación. «Aceptar a los demás no significa aprobar todo lo que hacen, sino continuar queriendo lo mejor para sus almas a pesar de lo que hacen. [...] Esa aceptación logra lo que el juicio y la condenación no logran: que el pecador desee cambiar».*

2. «Dios no hace acepción de personas» (Hech. 10: 34, RV95), por eso, no la hagamos nosotras tampoco. Venzamos la tendencia a dividir las relaciones en términos de «nosotros» y «ellos». Esa actitud es, en sí misma, un muro, pues el que se siente rechazado sabrá que debe quedarse en su lugar. Esto no significa que no tengamos unos amigos más íntimos que otros; significa que tratemos a los demás con la dignidad derivada de la convicción de que todos somos hijos de Dios y, por tanto, hermanos. Jesús, aunque no aprobaba el pecado, era «amigo de pecadores» (Mat. 11: 19). ¿En qué sentido «amigo»? En el sentido de que ofrecía a todos la posibilidad de redención. Seguir a Jesús significa tender puentes de conexión humana que conduzcan a la reconciliación con Dios.

3. «Alégrense con los que están alegres y lloren con los que lloran» (Rom. 12: 15). Mostremos empatía. Eso ablanda los corazones endurecidos, porque hace ver que nos importan las emociones ajenas. Si yo me entristezco cuando alguien está contento, siembro en mi vida envidia, celos e ingratitud; si me alegro cuando otro está triste, hago la obra contraria al Espíritu Santo, el Consolador.

Apliquemos sistemáticamente estos tres principios bíblicos, porque la calidad de nuestras relaciones determina la calidad de nuestra vida.

«La calidad de nuestras relaciones determina la calidad de nuestra vida». Esther Perel.

* John Ortberg, Todos somos normales hasta que nos conocen (Miami: Vida, 2004), cap. 5.

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