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Al narrar la escena en que Jesús fue sentenciado a muerte, Mateo y Marcos cuentan un detalle interesante: Pilato «se había dado cuenta de que los jefes de los sacerdotes lo habían entregado por envidia» (Mat. 27: 18; Mar. 15: 10). ¿Cómo es posible que un líder religioso pueda llegar tan lejos como para entregar a alguien inocente por envidia, esperando con esa entrega que sea condenado a muerte? ¿Hasta dónde llegaría yo por envidia? ¿Hasta dónde llegarías tú? ¿Has percibido en tu propia experiencia que a veces tomaste decisiones por la envidia que sentías?
Grandes personajes de la Biblia tomaron malas decisiones por causa de la envidia. «Cuando Raquel vio que ella no podía darle hijos a Jacob, sintió envidia de su hermana» (Gén. 30: 1), y le dio a Jacob a su esclava como concubina. Los hermanos de José, futuros patriarcas de las tribus de Israel, lo envidiaban (Gén. 37: 11) y lo vendieron como esclavo. El mismo salmista admitió: «Tuve envidia al ver cómo prosperan los orgullosos y malvados» (Sal. 73: 3). ¿Envidia de los orgullosos y malvados por parte de un creyente? Sí, la envidia existe en nuestras filas porque existe en nuestros corazones y, sin duda, nubla el juicio de quien cae presa de sus garras.
Déjame decirte lo primero que creo que hay que decir al respecto: hay perdón para quien ha sentido envidia y, mal aconsejado por ella, hizo algo equivocado (y aunque no lo haya hecho). Lo segundo: hay que intentar derrotarla con la ayuda de Dios, porque «cada uno de nosotros está sembrando semilla en los campos de la vida. Como sea la simiente, será la mies. Si sembramos envidia, celos, amargura de pensamientos y sentimientos, cosecharemos amargura para nuestras propias almas» (Consejos para los maestros, p. 90). ¿Quién querría cosechar amargura de alma? Por eso es tan importante entender cómo funciona esta mala hierba llamada envidia y después lograr arrancarla del corazón con la ayuda de Dios, para que podamos florecer y vivir con auténtica plenitud, siendo mujeres virtuosas.
Cuando concebimos el éxito ajeno como una amenaza para nuestro orgullo es porque un ego frágil rige nuestra vida. El trabajo hay que hacerlo con el ego, de tal manera que se sienta tranquilo y seguro en Cristo, de quien deriva realmente el poder tener un concepto equilibrado de nosotras mismas. La humildad, la fe y el amor son la clave; cualidades que vienen de Dios. Porque «de adentro, es decir, del corazón de los hombres, salen [...] la envidia, [...] el orgullo [...]. Y hacen impuro al hombre» (Mar. 7: 21-23). Por eso, hay que acudir a Dios.
«Nuestra envidia dura siempre más que la dicha de aquellos a quienes envidiamos». François de La Rochefoucauld.