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Diana Loomans escribió este maravilloso texto:* «Si pudiera criar a mi hijo otra vez, usaría más mis dedos para pintar y menos para señalar. Corregiría menos y conectaría más. Miraría menos el reloj y más el tiempo. Me haría menos la seria y jugaría más en serio. Daría más abrazos y menos jalones. Sería menos firme y afirmaría más. Construiría la autoestima primero y la casa después. Enseñaría menos el amor por el poder y más el poder del amor». Y tú, si pudieras criar a tus hijos otra vez, ¿qué cambiarías de tu estilo educativo?
Educar a los hijos tiene que ver con nuestros propios conceptos y actitudes respecto a la vida, al amor, a la fe y a la humanidad; a lo que es importante respecto a lo que no lo es tanto. El concepto clave que marca la diferencia en nuestro enfoque educativo es estar convencidas de que los hijos son un regalo de Dios, seres a quienes, por encima de todo, amar, para que experimenten a través de mamá la esencia del amor de Dios. Tener este primer filtro mental impedirá que veamos a un hijo como una carga, una molestia, una etapa que requiere tanto sacrificio que nos pesa haberlos tenido, un impedimento para seguir disfrutando la libertad anterior...
De todos nuestros conceptos erróneos deriva una educación que genera infelicidad tanto en ti, como en tus hijos. Si educas con la felicidad que deriva de las convicciones cristianas, la probabilidad de que tus hijos sean mejores estudiantes, se relacionen bien, estén sanos y sean obedientes, se multiplica exponencialmente. Y con ello, se multiplica la felicidad de tu hogar.
Para lidiar con las emociones difíciles que genera a veces la maternidad es esencial tener convicciones profundas respecto a lo que significa ser madre; esperanza en que los estamos criando para el Señor; y el amor como base, haciendo que el sacrificio tenga sentido. Y todo empieza contigo. Educar a tus hijos en convicciones, amor y esperanza requiere que tú te eduques en esa misma escuela, cuyo libro de texto es la Biblia, y cuyas tareas para la casa son la oración y las disciplinas cristianas.
No se puede enseñar lo que no se sabe; no se puede transmitir lo que no se es.
«Si el amor es dulce como una flor, mi madre es esa dulce flor del amor». Stevie Wonder