|
Hoy tengo dos encargos para ti. Te voy a hacer trabajar un poquito, pero será muy productivo. Agarra una hoja y un bolígrafo, y escribe cinco razones por las que cuidar tu cuerpo. Después deja esa hoja en este libro, para que mañana por la mañana la leas antes de comenzar tu jornada. ¿Por qué quiero que hagas esto? Porque cuando tengas que decidir entre comerte una banana o un banana Split; entre irte a caminar o quedarte en el sofá; o entre acostarte a las nueve o a las doce, más vale que tengas una razón de peso o, de lo contrario, ¿qué te hará tomar la decisión correcta? En el cuidado de la salud, como en todo lo demás, hay que tener convicciones para continuar invirtiendo cada día en lo que sabemos que vale la pena.
Por si te sirve de referencia, estas son las cinco razones por las que yo cuido mi salud. 1) Quiero estar bien porque no me gustaría sufrir dolores innecesarios, privar a mi familia de mi presencia antes de tiempo, ni gastarme los ahorros en hospitales y medicinas. 2) Quiero tener energía para hacer muchas cosas, como terminar de escribir este libro. 3) Quiero tener un cuerpo bonito, para sentirme atractiva; esto mejora mi autoestima, y me gusta andar con la autoestima en su punto. 4) Quiero evitar el síndrome del dinosaurio. Está demostrado científicamente que, al tener obesidad, el tamaño y las funciones del cerebro disminuyen. Solo de pensarlo, me asusto. 5) Quiero ser cristiana. Y tú me dirás: «¿Qué tiene que ver el cristianismo con cuidar el cuerpo?». Te respondo con la Biblia: «¿Ignoráis que vuestro cuerpo es templo del espíritu santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?» (1 Corintios 6: 19, RV60). No, no lo ignoro.
Ahora viene el segundo encargo: cada noche, analiza si a lo largo del día tomaste decisiones coherentes con esas cinco razones que anotaste. Si no fue así, proponte hacerlo al día siguiente.
Se trata de que tú misma seas el referente para ir mejorando tu salud física que, a grandes rasgos, depende de tres cosas: alimentarte bien, hacer ejercicio regularmente y dormir ocho horas diarias. Sin estos tres indispensables, el cuerpo que Dios nos dio se debilita. Añadamos a ellos la fe, la paz con las personas que nos rodean y la ausencia de estrés laboral y personal, y la fórmula está completa.
«Somos lo que hacemos repetidamente. La excelencia no es un acto, sino un hábito». Aristóteles.