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¿Alguna vez te has descubierto a ti misma sintiéndote bien (satisfecha, aliviada, reconfortada) por haber hecho sentir mal a alguien? No hace falta que se lo confieses a nadie, pero sí es imperioso que no te engañes a ti misma. A ti tienes que decirte siempre la verdad o, de lo contrario, no habrá progreso espiritual. La pregunta concreta sobre la cual quiero reflexionar esta mañana es: ¿Necesitas en ocasiones hacer sentir mal a alguien para poder sentirte bien tú?
Es increíble el tipo de cosas que pueden hacer sentir bien a un ser humano. Bien se sintieron los soldados armados que maltrataron y escupieron a un pacifista y desarmado Jesús. Bien se sintieron los «piadosos» fariseos que con impiedad llevaron a la muerte al Mesías. Bien se sentían esas personas «religiosas» que creían avergonzar públicamente al Maestro por sus enseñanzas ofensivas. Todos consideraban que tenían motivos para crecerse viendo menguar a quien parecía ser la raíz de sus males. Pero sentirse grande a costa de hacer sentir pequeño a otro es una triste «grandeza». Con cada maltrato, con cada escupitajo, con cada burla, con cada vergüenza y cada agresión, no solo estaban hiriendo la reputación de él, también hacían un daño irreparable a sus propias almas.
¿No sería más interesante sentirse bien con el crecimiento espiritual de aquella persona cuya presencia nos molesta porque nos ha hecho un daño real o porque así lo percibimos a causa de nuestra propia manera de entender el mundo? Al fin y al cabo, solo saldrá de esa oscuridad que le lleva a herirnos cuando logre ver lo absurdo que es sentirse bien haciendo sentir mal a otro. Piénsalo.
«Hagan ustedes con los demás como quieren que los demás hagan con ustedes» (Luc. 6: 31). ¿Entendemos este versículo? Es un llamado a tomar la iniciativa; a ser las primeras en hacer por otros lo que queremos recibir, y a obtener satisfacción y felicidad de esta manera de vivir. ¿Y cómo queremos que los demás nos traten? Con integridad, con generosidad y con paciencia cuando cometemos un error.
¿Puede haber satisfacción cristiana ante un acto que implica daño al alma de otro ser humano y que a la vez nos deshumaniza a nosotras? Responde tú misma.
«Jamás un escupitajo puede herir el cuerpo. Se escupe para hacer daño en el alma». Max Lucado.