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Un hombre compró por 10 dólares un barril de pescado en el puerto, y lo revendió por 20 dólares. La persona que lo compró por 20, lo revendió por 30, y quien lo compró por 30, lo revendió por 40. Estando ya el pescado en el punto de venta al público, una señora vio que estaba podrido y se lo dijo al vendedor; este fue a reclamarle a quien se lo había vendido y, este último, a quien se lo había vendido a él. Así sucesivamente hasta que el primer comprador llegó al puerto, junto al primer vendedor.
-Devuélveme el dinero -le dijo-, porque este pescado está podrido.
-¿Estás loco? -respondió el primer vendedor-. Ese pescado no es para comer, es para vender.
Ese es el error que a veces cometemos en la educación de los hijos: queremos venderles un producto que nosotras no «comemos».
Educar es desafiante. Para enfrentar este desafío tan grande, tenemos que partir de una pregunta esencial: ¿Qué clase de personas quiero que sean mis hijos? Una vez sepamos la respuesta, el primer paso es modelar para ellos eso que queremos que lleguen a ser. El regalo más importante que podemos dar a nuestros hijos es hacerles ver el gran valor que tienen para nosotras, las madres, los principios del cristianismo; hacerles comprender, por medio de nuestro ejemplo, que merece la pena seguir a Jesús, «comer» el evangelio y transmitirlo con la pasión de una vida transformada por él.
«La educación es el movimiento de la oscuridad a la luz»,* y requiere que seamos luz. Pero a veces tenemos la actitud de la que habla el apóstol Pablo en Romanos 2: «Confías en la ley de Moisés, y estás orgullosa de tu Dios. Conoces su voluntad, y la ley te enseña a escoger lo mejor. Estás convencida de que puedes guiar a los ciegos y alumbrar a los que andan en la oscuridad; de que puedes instruir a los ignorantes y orientar a los sencillos. [...] Pues bien, si enseñas a otros, ¿por qué no te enseñas a ti misma? Si predicas que no se debe robar, ¿por qué robas? Si dices que no se debe cometer adulterio, ¿por qué lo cometes?» (17-22). No tiene sentido.
Vive cada día lo que intentas enseñar a esos «sencillos» que son tus hijos. No les vendas algo que tú no «comes».
«La educación no es preparación para la vida; la educación es la vida». John Dewey.
Frase de Allan Bloom.