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Mi camioneta estaba allí, debajo de capas y capas de nieve: el resultado de una típica semana en Nueva Inglaterra. Excavando, logré entrar al vehículo por la puerta del conductor, y puse la función de todoterreno. Con poco optimismo, encendí el vehículo y aceleré. No se movió.
Mi amiga Emilia trajo dos palas de la residencia de señoritas y comenzamos a excavar. Quitamos la nieve de alrededor, pero no se movía. Quitamos la nieve alrededor de cada rueda, pero la camioneta seguía firme en su lugar. Intenté acelerar suavemente. Intenté pisar el acelerador a fondo. Emilia miraba desde un banco de nieve y sacudía la cabeza. “Olivia, las ruedas ni siquiera giran. Es como si estuvieran pegadas al suelo”.
Trepé a la caja de la camioneta para sacar una bolsa de arena, y Emilia la abrió con una llave hasta que tuvimos suficiente arena para rodear cada rueda. Finalmente, luego de varios intentos más, logré mover la camioneta medio metro… hasta otro banco de nieve. Por alguna razón, la camioneta podía avanzar en el suelo con mayor densidad de nieve. ¡Podía retroceder un par de metros! Emilia y yo dimos un grito de alegría y nos despedimos. Retrocedí hasta la calle pavimentada y puse primera, ¡pero la camioneta dejó de moverse otra vez! Se acumularon vehículos detrás y alrededor de mí mientras yo estaba allí sentada, acelerando el motor, en medio de la calle. Un conductor se me acercó caminando y me preguntó si no tenía activado el freno de mano. ¡Así era!
Los frenos de emergencia pueden ayudar a que un vehículo quede estacionado en una cuesta, pero cuando el conductor quiere avanzar, hay que sacar el freno. Nuestros miedos funcionan de manera similar. La precaución nos puede ayudar a evitar peligros innecesarios, pero el miedo puede entorpecer nuestro trabajo y entorpecer nuestras posibilidades. ¡Dios no quiere que el miedo controle nuestra vida! Él nos llamó a esparcir su mensaje y su amor sin miedo (2 Tim. 1:7). Desde la niñez escuchamos las historias de héroes valientes de la Biblia, como Daniel en el foso de los leones o David luchando contra Goliat. Pero ellos no nacieron valientes. Ellos dependieron de la fuerza de Dios para enfrentar sus miedos. “El perfecto amor echa fuera el temor” (1 Juan 4:18). Entrégale tus inseguridades a Aquel que te ama de forma perfecta, y verás lo lejos que puedes ir.