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LA MÁQUINA DE RAYOS X

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¿A quién se enseñará ciencia, o a quién se hará entender doctrina? ¿A los destetados?, ¿a los arrancados de los pechos? Porque mandamiento tras mandamiento, mandato sobre mandato, renglón tras renglón, línea sobre línea, un poquito allí, otro poquito allá (Isaías 28:9, 10).

“Olivia. ¿Estás bien? ¡Tienes que ir al médico!” 

 

Luego de toser durante seis semanas y que mis pulmones dolieran con cada inspiración, comencé a estar de acuerdo con mis amigos. Quizá debía ir al médico. 

 

El médico, preocupado por mis síntomas, me mandó a que me tomaran una radiografía. Entré a la sala de rayos X, me puse un pesado chaleco antiradiación y me ubiqué frente a la máquina de rayos X. La máquina hizo un breve zumbido y se detuvo. Luego de que el radiólogo examinara con cuidado la placa, dijo que no había nada malo en mis pulmones, y me indicaron tomar un jarabe para una tos común. 

 

Las radiografías nos pueden decir más que cualquier médico, porque un médico solo mira la superficie y escucha lo que le decimos. Por otro lado, los rayos X miran a través de nuestro cuerpo buscando detalles que causan problemas enormes. Esta máquina precisa nos permite entender nuestro cuerpo con mayor certeza. 

 

Cuando intentamos descifrar la Biblia, debemos estudiarla con la misma intensidad: profundizando en los conceptos que de otro modo no entenderíamos. Los estudios temáticos y los comentarios pueden ayudarnos a aprender más de la Biblia que si solo leemos un versículo aquí y otro allá. Tener un cuaderno de lectura y subrayar versículos confusos nos puede ayudar a aprender más que si solo leemos de corrido toda una historia. Las mismas estrategias de estudio que nos ayudan a que nos vaya bien en el colegio nos pueden ayudar a aprender del Libro más importante de todos los tiempos. 

 

Cuando nos cansamos de escuchar las mismas verdades bíblicas una y otra vez, es hora de dejar el estetoscopio y tomar el chaleco pesado. Hay que examinar más de cerca.

 

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