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Mi camioneta estaba detenida en el carril para girar, mientras yo miraba nerviosa los vehículos que pasaban a toda velocidad en la tenue luz de la mañana. El conductor detrás de mí, que se acercaba más y más, parecía odiarme tanto como yo odiaba los giros a la izquierda. Finalmente, me animé e hice el giro hacia el colegio. El otro coche me siguió. De cerca. Giré en la esquina, y el coche desconocido también giró. Cuando estacioné, el otro también se estacionó. Cuando bajé de la camioneta, la otra conductora bajó de su coche. Quedamos cara a cara: “¡Hola! Solo quería avisarte que tienes un neumático (llanta) desinflado. Me gustaría que alguien me lo dijera si me pasara a mí, así que decidí avisarte”.
La otra conductora me había seguido hasta el colegio para advertirme sobre un neumático desinflado, ¡y yo estaba muy agradecida! Con un neumático desinflado, la fricción del pavimento podía dañar las partes internas y torcer las ruedas. La camioneta no estaría alineada. Y un neumático desinflado es fácil de resolver. Por más que esa conductora me asustó aquella mañana, creo que el bienestar de mi vehículo valió el susto. Así como un neumático bien inflado absorbe los impactos, el Espíritu Santo actúa como un amortiguador entre nosotros y Dios el Padre. Dios quiere estar tan involucrado con su pueblo en la Tierra que envía al Espíritu Santo para que interactúe con nosotros cada día. Jesús, antes de irse de la Tierra, dijo: “y yo rogaré al Padre, para que les dé otro Consolador que esté con ustedes siempre, al Espíritu de verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Pero ustedes lo conocen, porque está con ustedes y estará en ustedes” (Juan 14:16, 17).
Dios quiere hablar con nosotros, guiarnos y conocernos. Él envió al Espíritu Santo para ya no tener que hablarnos solamente por medio de sacerdotes y profetas. Ahora puede hablarnos directamente. Pero el Espíritu Santo es más que solo una linda idea o un mensajero. Él toma conceptos que no entendemos y los traduce para nuestras mentes humanas. Él toma nuestros pensamientos enredados y los convierte en oraciones dignas del Padre. Los neumáticos hacen que mi camioneta interactúe bien con la ruta siempre y cuando tengan suficiente aire, pero nosotros tenemos acceso ilimitado al Espíritu Santo, y debemos aprovecharlo. Él puede protegernos, guiarnos e interceder entre nosotros y nuestro Padre Dios.