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Antes yo solía pensar que todos los árboles de abedul eran sicomoros, por lo mucho que se asemejaban al árbol ilustrado en un libro que tenía que, contaba la historia de Zaqueo. Sin embargo, luego de vivir en Maine, puedo identificar un árbol de abedul más rápido que cualquier otro, ya que Maine está lleno de esos árboles con su corteza manchada de blanco. Los árboles de abedul sobreviven en Maine, donde las palmeras y otras plantas tropicales no durarían, porque tienen todo tipo de nutrientes que les permiten crecer a pesar de la nieve, el hielo y las temperaturas bajo cero.
Pavel Krasutsky, el director del Programa de Extractos Químicos del Instituto de Recursos Naturales (NRRI, por sus siglas en inglés) de la Universidad de Minnesota, sostiene que esos mismos nutrientes pueden ayudar también a los seres humanos. Él encontró una manera de tomar los nutrientes de la corteza de abedul y agregarlos a productos saludables para que podamos beneficiarnos de los mismos elementos que les han ayudado a los árboles de abedul a crecer fuertes durante miles de años.
Así como Dios le dio al árbol de abedul los nutrientes que necesita para los arduos inviernos del norte, Dios nos da suficiente fuerza y paciencia para vencer nuestras mayores pruebas y tentaciones. Podemos sobrevivir a cualquier tormenta con la ayuda de Dios, pero no necesitamos economizar o reservar la fuerza que nos ha dado. Como los nutrientes que se encuentran en la corteza de abedul, la fuerza que encontramos en los momentos difíciles puede ayudar a otros también.
Cuando vemos que alguien lucha en medio de la angustia o la depresión, podemos compartir la fuerza que Dios nos ha dado y animarlos, así como Dios nos fortaleció y nos animó a nosotros. Cada prueba que experimentamos produce fe y paciencia, y podemos compartirlas con el mundo.