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LA CÁSCARA DE NARANJA

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Jehová, roca mía, y castillo mío, y mi libertador; Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré; mi escudo, y la fuerza de mi salvación, mi alto refugio (Salmo 18:2).

Las naranjas tienen un aroma alegre y vivo que casi me hace preguntarme por qué no me gustan. Me gusta el jugo de naranja y los caramelos (golosinas) de naranja, pero nunca me hago el tiempo de comer una naranja. Una naranja requiere por lo menos cinco minutos para pelarla, un movimiento continuo para quitar las semillas y al menos dos servilletas desechables para el desastre que crea. Si quiero un bocadillo, elegiré una manzana, que puedo comer sin ningún problema. Habiendo dicho eso, nunca escuché de alguien que encontrara gusanos en sus naranjas. Las naranjas tienen una cáscara dura que desanima a los insectos que intentan devorar la fruta. La cáscara protege a las naranjas del clima y las permite crecer y madurar sin daño alguno. 

 

Dios hace por nosotros lo que la cáscara hace por una naranja. David escribió una y otra vez cuán agradecido estaba de tener un Dios que lo escudaba y lo protegía. En el Salmo 18:2 dijo: “Jehová, roca mía, y castillo mío, y mi libertador; Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré; mi escudo, y la fuerza de mi salvación, mi alto refugio”. David sabía que sus enemigos no podían destruirlo porque tenía la defensa de Dios. 

 

Dios no nos evita del todo los peligros físicos, pero sí nos protege de las balas más ardientes de Satanás. Pablo escribió: “Pero el Señor es fiel, que los confirmará y guardará del mal” (2 Tes. 3:3). Dios nos cuidará del enemigo mientras crecemos y llegamos a la madurez.

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