Regresar

UNA PECERA

Play/Pause Stop
Ustedes son la luz del mundo. Una ciudad situada sobre un monte no puede esconderse (Mateo 5:14).

Mi pez pensaba que era un perro. Gwendolyn, un pez loro, venía cuando la llamaba, obedecía órdenes que le daba con los dedos, y posaba para las fotos. Hasta sabía dónde guardaba su comida y, cuando la buscaba, movía la cola. Me enamoré de Gwendolyn desde el primer momento en que llegó a mi pecera. He buscado mucho, pero no he encontrado otro pez que ame tanto como la amé a ella. 

 

Juguito, mi siguiente pez, se comportaba muy distinto. No le gustaba que la gente lo observara. Apenas entraba a la habitación, se escondía en su casita; si yo miraba dentro de la pecera, se escondía en un rincón. Un día llegué a casa y encontré a Juguito quieto en el fondo de la pecera. No movió ni una aleta cuando me acerqué. Estaba quieto, de costado, como si estuviera muerto. Al día siguiente todavía estaba de costado, pero un poquito más lejos de donde había estado antes. Me di cuenta de que mi pez no estaba por morir, sino que se sentía aterrorizado por quienes lo miraban y dejaba de moverse cuando alguien se acercaba. Puse una toalla sobre la pecera, e inmediatamente comenzó a nadar en círculos y a disfrutar de las corrientes inexistentes del agua de la pecera. 

 

Así como Gwendolyn y Juguito, los cristianos están bajo constante vigilancia. Jesús dijo que nos parecemos a una “ciudad asentada sobre un monte” (Mat. 5:14). Todos nos miran para ver cómo nos comportamos. Cuando un miembro de iglesia prejuicioso hace un comentario poco amable, todos lo notan. Cuando un líder de jóvenes va a ver una película violenta, la gente también lo nota. Pero cuando la gente nos mira, debería ver personas llenas de gozo por la salvación; personas que comparten ese gozo con otros y viven como Dios nos llamó a vivir. No podemos escapar de la pecera en la que vivimos, pero sí podemos aprovechar nuestra posición para actuar como ejemplos excelentes de una vida llena del Espíritu.

Matutina para Android