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UNA BRIDA CON CREMALLERA

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El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo (Juan 1:29).

Cuerdas para saltar, pelotas de fútbol y camisetas volaban desde la oficina del entrenador hacia el gimnasio. Mientras tanto, una máquina de humo funcionaba en el baño de varones y el escritorio del profesor de Lenguaje se deslizaba por el pasillo al aula de Biblia. Había llegado el día de bromas pesadas de los estudiantes del último año. 

 

Mis compañeros me dieron la tarea de atar con bridas (precintos) las manijas de los casilleros de todos los alumnos de los cursos inferiores. Las bridas se cerraban rápido y no tardaba mucho tiempo en deslizar una en cada manija y darle un buen tirón antes de pasar al la siguiente. En pocos minutos, todos los casilleros del pasillo estaban asegurados. Los alumnos de primer año, frustrados, golpeaban las puertas de los casilleros con pánico; los alumnos de segundo año, más sofisticados, intentaban desesperadamente aflojar las bridas. La broma más fácil de ejecutar tuvo los resultados más dramáticos, y la mayor cantidad de ira por parte de nuestros compañeros. 

 

El pecado se agarra y aprieta contra nosotros como una brida. Con un solo tirón, un pensamiento, una tentación, el pecado se abre paso en nuestro corazón. Hebreos 12:1 confirma que el pecado nos engaña fácilmente. No me cuesta criticar. No me tengo que sentar en el escritorio y meditar largamente en formas nuevas e innovadoras de hablar mal de mis amigos o hacerlos sentir inferiores. Sucede sin esfuerzo. Un pensamiento negativo se entromete de repente en mi mente y sale por la boca; y nuevamente critiqué a alguien. Caemos fácilmente en pecado, pero no podemos liberarnos por cuenta propia. 

 

Los alumnos al final se dieron por vencidos con los casilleros y fueron a clases sin sus libros. Los profesores, bastante molestos, exigieron que abriéramos los casilleros. Luego de tirar, empujar, golpear, estirar y sacudir, finalmente nos dimos cuenta de que solo las tijeras más fuertes podían cortar las bridas. 

 

No podemos desatarnos del agarre del pecado por nosotros mismos. Por más que lo intentemos, no podemos liberarnos de esas cadenas. Necesitamos un Salvador que corte las cadenas y nos libere. Si le pides a Jesús que quite tu pecado más enmarañado, él lo hará. “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9). Pídele que te libere hoy.

 

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